La pregunta es “¿Cómo podemos seguir siendo autónomos en un mundo en el que nos vigilan constantemente y donde nos espolean en uno u otro sentido unos algoritmos manejados por algunas de las empresas más ricas de la historia, que no tienen otra manera de ganar dinero más que consiguiendo que les paguen por modificar nuestro comportamiento?”
Jaron Lanier. “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato”
Escribe Chuck Klosterman en su libro “Los noventa”: “era una época en la que controlábamos la tecnología más de lo que la tecnología nos controlaba a nosotros”.
Josep Esquirol, en “La escuela del alma” rodea el mismo concepto, no desde una reflexión generacional, cuando distingue entre adoptar y adaptarse a una tecnología. Adoptar implica que controlo el proceso, que de manera consciente, deliberada, utilizo una nueva herramienta, porque me va bien. Adaptar implica la modificación de mi conducta, de mis horarios, de mis rutinas: la herramienta me utiliza a mí. Yo me hago a la herramienta. Uno de los problemas con los que estamos enfrentándonos ahora mismo es precisamente este: que nos estamos adaptando a un modelo de negocio extractivo basado en la captura de nuestra atención. ¿Qué nos está pasando? Podemos apuntar hacia muchos sitios: la saturación de información (infoxicación), el exceso de estímulos, la dispersión que nos produce la realidad de ser constantemente interrumpidos. El giro más importante se produce en los primeros 2000, cuando internet se convierte en un vasto mecanismo de recolección de datos para dar contenido a la publicidad personalizada. Hacer posible los anuncios relevantes de acuerdo a nuestros intereses, cualesquiera que sean estos. Esta frase, que vemos constantemente repetida en los avisos legales, tiene mucho detrás. La primera objeción es ¿en qué nos basamos para identificar cuáles son tus intereses? ¿Cómo soy capaz de afirmar conocer los intereses de alguien? Implica una valoración, un etiquetamiento, una criba, una valoración (“eres así y te muestro esto”). Hay algo profundamente conservador en todos estos diseños. Como si siempre tuviéramos que ser iguales, negando la evidencia del cambio en la gente. La idea más inquietante es la realidad de una influencia, lo que nombra Lanier en la cita inicial, en que hay una dirección, un empujón que nos llega, para que hagamos o para que recibamos una información en concreto que espera algo de nosotros.
Antes de eso, nos dirigíamos a la web en busca de respuestas, hacia los contenidos que nos interesaban, información, ayuda, compartir contenidos. La dirección era desde nosotros, de acción. Muchas veces esto implicaba tener que aprender cosas, discriminar lo relevante. Descartar. Eran entornos abiertos. El cambio va hacia en el consumo pasivo de contenidos reglados, seleccionados en entornos cerrados (Instagram, Facebook, TikTok) para estudiarme y al mismo tiempo mantenerme conectado la mayor cantidad de tiempo posible. Las redes utilizan el mismo mecanismo adictivo que las máquinas tragaperras. Así que, si por casualidad vas en el autobús y ves a casi todo el mundo mirando el móvil, puedes tranquilizarte (o no) pensando que es lo más normal del mundo, que están siendo pastoreados por unos mecanismos diseñados por algunos de los más brillantes ingenieros del mundo para que así sea. No es culpa suya, es que así está diseñado. Lo decimos, lo explicamos, porque cuando uno es consciente parece que nos libramos un poco de la influencia. O al menos sabemos lo que hay. Hago míos aquí los argumentos que Jaron Lanier desarrolla en su libro: estás perdiendo tu libertad, te vuelven idiota, minan la verdad…y sobre todo te están haciendo, seguramente, más infeliz. Borra tus redes.