Tras seis años de una crisis profunda, al parecer se define claramente el remedio: debemos ser más competitivos.
Si somos más competitivos, venderemos más al exterior, mejorando nuestra balanza comercial, reduciendo así el déficit y generando empleo.
¡Perfecto! Definido el problema y su solución, no queda sino ejecutar los pasos necesarios para poner remedio a esta sangría social apabullante que estamos viviendo. Seamos, pues, competitivos.
El problema aparece justo en este momento. ¿Qué quiere decir ser “competitivos”?
Yo creo, junto con otros muchos que saben de esto mucho más que yo, que la competitividad pasa por ser muy bueno en algunas cosas, cuantas más mejor, añadiendo el máximo valor posible a cada una de ellas, para que los hipotéticos compradores exteriores de esas cosas estén dispuestos a pagar lo que vale, aunque el precio no sea bajo.
El ejemplo perfecto serían los coches alemanes. Desde luego, no son los más baratos del mercado, pero todo el mundo tiene claro que son coches de calidad y que, por tanto, es normal que el precio sea alto.
Otro ejemplo serían los productos informáticos de la manzana mordisqueada. Son seguramente los más caros del mercado, pero bien sea por su calidad, por su diseño o por su marketing, su éxito comercial es indiscutible.
El hecho de vender un producto de alta calidad por el que el comprador está dispuesto a pagar un precio acorde con la misma exige tener trabajadores altamente cualificados y permite pagarles un sueldo en consonancia.
Cuanto más se diversificara la oferta de productos de alta calidad, más y mejor mercado laboral existiría no solo para licenciados sino también para trabajadores venidos de la Formación Profesional.
Pero claro, el problema radica en que esa fórmula de “competitividad” exige algunas cosas que en España no abundan.
Exige un pensamiento político e institucional a medio y largo plazo, sin las premuras de los periodos electorales.
Exige apostar por la educación y la formación, duplicando el gasto público actual para ponernos en la media de la UE.
Exige apostar por la tecnificación, por la investigación y por la excelencia. En España, el Centro Superior de Investigaciones Científicas se ha salvado este año de la quiebra y del cierre por los pelos. Hacían falta para salvarlo 100 millones de euros, es decir, 70 veces menos que la deuda del Ayuntamiento de Madrid, lo cual demuestra el orden de prioridades del Gobierno, tanto de Rajoy como de Zapatero, que fue el primero que le puso la soga al cuello al CSIC.
En España investiga el sector privado, porque el Gobierno mantiene viva aquella expresión tan española y tan mal interpretada de Unamuno: “que inventen ellos”. Investigar sale muy caro, no se gana dinero rápido y además, políticamente, no es rentable a corto plazo.
Pienso con envidia en el CERN de Suiza, que da trabajo a unas 10.000 personas, todas ellas de alto nivel formativo. O en Silicon Valley, en el MIT de Boston… Aquí hemos preferido Terra Mítica, Eurovegas y cemento, mucho cemento.
Y este desolador panorama nos sitúa ante lo que parece ser entiende Rajoy, sus Ministros y algunos grandes empresarios por “competitividad”.
Para ellos, “competitividad” es ser baratos. Y para ser baratos hay que reducir costes. Y los costes a reducir siempre son los mismos: los costes laborales.
En este momento tenemos un 60% de paro juvenil y casi un 27% de tasa de paro en general. La cola de la desesperación por encontrar un empleo cada vez es más larga, y la mayoría de la gente está en el límite de su resistencia, dispuestos a aceptar cualquier cosa, cualesquiera condiciones salariales o de horarios, con tal de poder tener un trabajo.
Gracias a la reforma laboral, el proceso de sustitución de empleados con contratos indefinidos y salarios normales por empleados con contratos precarios y salarios de hambre se ha completado con éxito.
La reforma laboral del Gobierno de Rajoy, auténtico ariete contra los derechos de los trabajadores, ha derrumbado el edificio que desde principios del Siglo XX se venía construyendo en materia laboral.
Jornadas largas, salarios cortos, recortes en Educación, recortes en Investigación. Desde luego, no vamos por el camino de la competitividad en calidad, sino por el de la competitividad en precios, como ya hace el sudeste asiático o China, por poner un ejemplo.
El Gobierno ha decidido que debemos mercadear nuestros productos bajo el reclamo famoso del “bueno, bonito y barato”, porque solo sobre el cadáver de la Justicia Social se podrá redestruir el país.
El problema no es el corto plazo.
Posiblemente en los próximos años el paro irá disminuyendo hacia el entorno del 20%, el índice de crecimiento se situará en el entorno del 2% y creeremos que, efectivamente, valió la pena abaratar los costes sociales a costa de empobrecer a la sociedad.
Pero a la larga, que es como deben mirarse las cosas, la competitividad basada en salarios de miseria tendrá consecuencias evidentes, que deben ponerse sobre la mesa.
Reducir costes laborales despidiendo a trabajadores con contrato indefinido y optando por contratos precarios de semanas, de días y hasta de horas (más del 95% de los nuevos contratos son de este tipo) y reduciendo salarios por debajo del Salario Mínimo no solo empobrece a esos desesperados trabajadores (muchos de ellos Titulados Superiores) sino que nos empobrece a todos.
De entrada, con un salario de 600 euros al mes y un contrato de, pongamos, tres meses, parece difícil que alguien se atreva, por ejemplo, a tener hijos, a comprar o alquilar una vivienda o a hacer un viaje de un fin de semana a un hotelito de Mallorca.
Baja el consumo porque no tienen con qué consumir, pero además los jóvenes se independizan más tarde o no pueden permitirse tener hijos porque no tienen con qué alimentarlos. Por algo en España el índice de natalidad está en el 1,1 y en Noruega en el 1,9.
Que un joven trabaje por un salario de miseria le impide independizarse y le impide formar su propia familia. Y provoca una menor cotización a la Seguridad Social.
Por tanto, no solo su pensión sino todo el sistema público de la seguridad social se verán afectados por esta absurda idea de “competitividad” que lo único que hace es empobrecer al Estado a base de empobrecer a sus habitantes.
Pienso que el camino de la recuperación económica, si debe ser un camino ancho y bien trazado, debe pasar por mejorar lo que se produce o por vender mejor lo que se produce, debe pasar por apostar por la excelencia investigadora y técnica, por incrementar el número de patentes y por sacar partido de industrias de las que ya somos líderes, como el Turismo, diversificándolas y mejorándolas.
Pero desde luego, al menos en mi opinión, nuestra recuperación no pasa por convertir España en ese país que consigue fabricar más barato los productos que otros crean o diseñan, ni en ese país idílico al que los ricos del Norte de Europa vienen a descansar o a desmadrarse en verano porque es seguro y barato.
Ahora es el momento de decidir, porque para nuestro futuro no será relevante salir de la crisis, sino cómo salimos de ella.





