Mientras el Govern se afana en luchar contra la lengua propia con todas las armas a su alcance, el inglés -en muchas ocasiones, un subproducto macarrónico de esta lengua- conquista las calles y se cuela en nuestros hogares, sin que eso atemorice o provoque reacción alguna en las autoridades locales, a las que parece que les producie pánico que la lengua catalana ponga en peligro la uniformidad lingüística del Estado -menuda bobada-, mientras que no ocurre lo mismo con la realmente peligrosa invasión anglófona, que amorcilla sin provocar ningún complejo el mal castellano que hablan.
La generación que me precede castellanizaba o catalanizaba los nombres extranjeros. Nombraban, por ejemplo, a Guillermo Sheakesperare, a Ricardo Wagner o a Adolfo Hitler. No sabían leer en inglés, claro, y por eso incluso las propias normas de la RAE aconsejaban pronunciar fonéticamente en castellano las palabras extranjeras. En Mallorca tenemos un ejemplo toponímico vivo, en la zona de la Playa de Palma llamada Sometimes (léase sometimes y no somtaims). Nuestros padres llamaban a Tyrone Power (es decir, a Tairon Pauer), Tirone Pover, a Spencer Tracy (id est, a Espenser Treisi), Espencer Traci, y así.
Sin embargo, al hilo del incremento progresivo en el conocimiento de la lengua inglesa, las posteriores generaciones no es que lean correctamente en inglés -lo cual está muy bien-, es que leen preferentemente en inglés cualquier cosa, antes que en su lengua materna. No vayan a creer que me lo invento. Junto a la Plaza de la Reina de nuestra despersonalizada ciudad, por ejemplo, hay un comercio que se intitula "ZARA HOME", propiedad del exitoso comerciante textil don Amancio Ortega.
Cuando lo vi por primera vez, pensé que iban a abrir un local especializado en ropa de hombre. Tanto en catalán -lengua propia de esta tierra-, como en gallego -lengua propia del territorio donde nació la empresa-, home significa hombre, pero a don Amancio el respeto por las lenguas españolas se la deja pendulante y da por supuesto que todo el mundo que lea la palabra home lo hará en inglés (joum), interpretándola como llar u hogar. Y, no, no es un guiño turístico, la tienda se llama así incluso en Albacete, que dicho sea con todos los respetos, con su tradicional lema jocoso -el de "caga y vete" (con perdón)-, no es que sea precisamente la meca turística mundial.
Para ir a la división masculina de la multinacional hay que buscar el aditivo MEN, que quiere decir hombres en inglés, si es que ustedes son tan rematadamente antiguos que no lo sabían.
Otro ejemplo para el descojone colectivo es el de un comercio de animales que se llama PETS, es decir, pedos, cuescos o ventosidades ruidosas, en catalán. Pues claro, aunque hace cincuenta o cien años que alguien pusiera a su establecimiento semejante nombre le hubiera acarreado un problema de orden público, a los promotores del negocio no se les ha pasado siquiera por la cabeza que los catalanoparlantes leamos, preferentemente, en nuestra propia lengua, aunque hablemos inglés cojonudamente. No se les ocurrió bautizar a su negocio como MASCOTAS o MASCOTES, sino que automáticamente ya buscaron un nombre que pareciera yanqui -o sea, gringo-, que es muchísimo más guay.
La reprogramación cerebral alcanza incluso a anglificar -valga el neopalabro que acabo de inventarme- palabras totalmente nuestras. Así, por más que uno explique que la palabra CAMPER es el término catalán que define a un campesino y a los aditamentos que le son propios -como unas porqueres, por ejemplo-, hasta los mallorquines acostumbran a referirse a esta magnífica marca como cámper, leído en castellano, como si fuera el término inglés que define al individuo que practica el camping. Otro ejemplo es el del President de la Generalitat de Cataluña, al que fuera de las fronteras -imaginarias, de momento- de los territorios de habla catalana, los castellanohablantes le llaman indefectiblemente Ártur, en lugar de pronunciar correctamente su nombre con acento en la u. Detrás de estos tics está, claro, el inglés.
La tontuna es general y se expande como una mancha de aceite con el acelerante de las redes sociales. Esta misma semana, esta ilustre cabecera se hacía eco de que la Fundación del Español Urgente había elegido como palabra del año la de "selfi", es decir, la traslación fonética al español del término americano selfie, que a su vez es un diminutivo coloquial de self portrait, es decir, del castellanísimo autorretrato. Los neologismos ya no se traducen, sino que se incorporan sin más, aunque en español o en catalán haya palabras de igual significado. Nadie, ningún medio de comunicación, ni siquiera la Academia, se molesta ya en buscarle un equivalente, como podría ser, hacerse un "auti" en lugar de un selfi. La excusa es que un selfi -o una selfi- no es un mero autorretrato fotográfico, sino uno informal hecho con un teléfono móvil aprovechando cualquier circunstancia, desde una fiesta con amigos, una inauguración, la visita de un personaje público o el ansia de enseñarle la chirla a tu pareja.
Si tienes un socio, eres un tío normalito, pero si lo tuyo es un partner, entonces podrás incrementar sin duda el importe de tus facturas. Lo mismo sucede si en lugar de un bufete eres titular de un consulting, dónde vas a parar. Si por ventura eres indeciso o cateto y necesitas un tutor hasta para ir a comprarte la ropa, precisas un personal shopper y, si lo tuyo es más general -que eres menor de edad, aunque superes la cincuentena, vamos- entonces lo tuyo es un coach, que es como un entrenador personal, pero dicho en pijo.
Si don Fernando Lázaro Carreter y don Francesc de Borja Moll resucitaran, se echarían a llorar.





