El conejo de jade

No, no se trata de un puticlub de carretera. El Conejo de Jade es, por lo visto,  la mascota de Chang’e, la diosa mitológica china que habita la Luna y es el nombre elegido por los responsables del programa espacial chino para el vehículo lunar robótico y autosuficiente que debe enviar información para futuras las misiones tripuladas del gigante asiático. El artilugio pesa 120 kilos, así que, más que un conejo, es un conejazo. Si aquí bautizáramos un vehículo espacial con tal nombre, el choteo nacional iba a superar al de Naranjito. Pero nuestro programa espacial nacional –al margen de nuestra contribución a los de la NASA y la ESA- se quedó en el alunizaje de la nave Cibeles de Tony Leblanc en el desierto de Almería, qué le vamos a hacer. Bromas aparte, China no deja de sorprender al resto del mundo con la velocidad supersónica a la que está superando tecnológicamente a gran parte de occidente. La explicación es, obviamente, compleja, pero no deja de tener su coherencia con los datos que nos llegan del Informe PISA –tan de moda en nuestros lares-, en el que los alumnos chinos, tanto de la zona denominada China-Shanghai, como los de Hong-Kong, encabezan el escalafón en todas las áreas evaluadas, la lingüística, la matemática y la científica. España ocupa el puesto 27 y, dentro de ella, Balears sólo supera a Andalucía, Extremadura y Murcia, por cierto, tres comunidades absolutamente monolingües, para que luego se sigan diciendo bobadas acerca de la enseñanza en catalán. La República Popular China, aun con sus enormes carencias democráticas, ha conseguido transformar un pueblo agrícola sometido durante siglos al colonialismo europeo y japonés en una potencia tecnológica y económica. En unos pocos lustros, será la primera en ambas facetas. Los chinos han desarrollado su economía a base de convertirse –dumping social mediante- en la factoría del planeta entero. Hace sólo veinte años comprar cualquier artilugio chino era sinónimo de adquirir chatarra barata. Hoy, absolutamente todo se fabrica en la China, desde las zapatillas de deporte a los ordenadores más sofisticados. Pronto llegarán los coches y quién sabe si los aviones. Los efectos del despertar chino que auguraba Napoleón Bonaparte –“cuando China despierte el mundo temblará”- no son siempre positivos. Ciertamente, podemos comprarnos un ordenador miles de veces más capaz por la décima parte de lo que nominalmente costaba hace veinticinco años, pero el cobre, los combustibles y todos los bienes escasos que se precisan para desarrollar un país de 1.300 millones de habitantes han experimentado una escalada de precios que, en parte, ha contribuido a hacernos más dura esta crisis. China no es una potencia coyuntural. El imperio norteamericano ha durado sólo 70 años –veremos cuándo será superado- y el soviético otros tantos. Ambos son fruto de las guerras del siglo XX. Hasta sus programas espaciales son fruto del “secuestro” de los científicos alemanes del entorno de Von Braun que se repartieron americanos y rusos. Lo de China es bien distinto. La única guerra que están ganando –con métodos no siempre ortodoxos a juicio de nuestra moral occidental- es la del hambre. Aunque persisten notorias diferencias sociales entre las diversas regiones, China, no cabe duda, ha despertado. Y está dispuesta a llenar el cielo de conejos, ahí es nada.

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