Sánchez, tras anunciarnos explícitamente que tiene decidido gobernar prescindo del parlamento, está intentando desarbolar la división de poderes, emprendiendo una ofensiva galopante contra el poder judicial, -contra la institución fundamental de la presunción de inocencia-, y, por supuesto, contra la prensa libre. Conformando para ello un partido personal y un gobierno monocrático. Todo lo cual describe, bien a las claras, una evolución manifiestamente iliberal de peligrosas consecuencias para cualquier ciudadano, incluidos aquellos que ahora le apoyan.
Para llegar a este punto, la estrategia que ha seguido el líder de los socialistas es la misma desarrollada por los nacionalistas vascos y catalanes. Esto es, la división social entre “buenos” y “malos” españoles; y la ocupación de todas las instituciones por incondicionales, sin importar su nivel de cualificación. Como ellos, también ha empleado la manipulación de la historia para construir una narrativa apoyada en una apabullante superioridad mediática.
Por todo eso, el anunciado Congreso del PP es esperado, por muchos, como un posible punto de inflexión, como una vuelta a la distensión, la moderación y la tolerancia, en un país en el que todos tienen que tener cabida. De ese cónclave se esperan dos cosas básicas. La primera que aparezcan caras nuevas capaces de trasladar, con la energía suficiente, un mensaje de optimismo y superación de las múltiples divisiones, y facciones, que ha generado el sanchismo. Además, también se espera un programa de actuaciones regenerativas, que vaya más allá de la sustitución de unos gobernantes por otros. Esto es, un programa reformista nítido y profundo que modifique los incentivos a los que están sometidos los dirigentes en los asuntos políticos. En definitiva, una hoja de ruta, para superar esta caótica etapa.
Sin duda, no es una tarea nada fácil, dado el nivel de deterioro y, sobre todo, el número de personas involucradas en el mismo. Pero precisamente por ello se requiere enormes dosis de determinación y valentía. Ha llegado la hora de arriesgar con las ideas y en los discursos, tanto en el fondo como en la forma. Por supuesto, realizando la autocrítica necesaria para orientar toda la acción hacia el futuro.
En este sentido, pienso que hay que ser conscientes de que hemos llegado hasta aquí básicamente tanto por la evolución adoptada de los nacionalismos periféricos, como por la desorientación de la UE. De hecho, hace tiempo que sostengo que el PP no ha podido gobernar España tanto como su rival por no tener una propuesta clara ni para el País Vasco, ni, sobre todo, para Cataluña. Al mismo tiempo pienso que hay que ser conscientes de que sin el crédito quasi-ilimitado europeo, -y el enorme intervencionismo que posibilita-, un fenómeno como Sánchez no podría continuar.
No son pocos los comentaristas que señalan que un congreso sólo tiene sentido tras las elecciones. Sin embargo, en estos momentos parece esencial que el principal partido de la oposición sea capaz de realizar un planteamiento capaz de superar, no sólo la etapa Sánchez, sino también, y sobre todo, de corregir aquellas estructuras que hacen posibles este tipo de derivas.