Habemus legem, o sea, ya tenemos ley de transparencia en vigor, lo que obliga a todo quisqui a publicar determinados datos esencialmente económicos en sus respectivas páginas web.
Pero, de ahí a proclamar que desde hoy las actividades del gobierno y demás administraciones son transparentes media un abismo.
Una cosa es dar carnaza a la plebe publicando lo que ganan -en nómina- los ministros y el presidente del gobierno, o echarse unas risitas sabiendo que Isabel Borrego gana más que su jefe, el perfectamente prescindible José Manuel Soria, y otra muy distinta es que las decisiones políticas que tienen repercusión en el bolsillo de los ciudadanos sean un objeto a la vista.
Porque, como resulta obvio, el dinero negro no suele provocar asientos contables, ni las comisiones por adjudicación de grandes obras tampoco se abonan en este concepto, y menos en la cuenta en la que perciben sus nóminas los destinatarios.
Tampoco se manifiestan las amistades peligrosas de los políticos, sus vínculos indirectos con las grandes corporaciones, ni las razones por las que el gobierno se rodea habitualmente de determinados empresarios y descarta a otros.
Oir hablar a Rajoy de transparencia es igual que escuchar Franco hablar de democracia, aunque fuese orgánica. La transparencia es una exigencia de cualquier democracia seria, pero en el mundo occidental -porque en el resto no saben qué es- está siendo implantada a patadas y forzada por el continuo goteo de datos escandalosos que aparecen en la red, debidamente filtrados por emisores impíos como Wikileaks y similares.
El gobierno español no tiene la más mínima intención de ser transparente, sólo busca poder decir que lo es, enseñando lo estrictamente preciso y hasta el límite de aquello que le comprometa, no tanto como institución, sino desde la óptica de sus miembros.
La ley de transparencia no servirá, desde luego, para que Rajoy nos dé una cumplida explicación de las actividades de Bárcenas y compañía.
Así que de este striptease no esperen un destape integral. La puntita y nada más.





