Hace unos años una conocida abogada de Mallorca puso fin de manera abrupta y prematura a su carrera profesional. La mujer a la que representaba en un proceso de divorcio grabó un video a su hija de cinco años. Vistió con una chaqueta y unas gafas a un peluche gigantesco en forma de conejo, lo sentó en una silla y le dijo a la niña que imaginara que era el juez, y que le dijera cómo era su padre: “mi papá me llama puta y no me da de comer”. Me contaron que la abogada, que conocía al padre que reclamaba la custodia compartida, no pudo soportar tanto asco, tanta vergüenza y tanta manipulación de una menor. Es cierto que no necesitaba ejercer la abogacía para vivir, pero al ver aquella grabación recomendó a su clienta la visita a un psiquiatra, abandonó su defensa y aquel fue el último pleito matrimonial en el que intervino.
La Justicia italiana ha puesto al hijo pequeño de Juana Rivas bajo la custodia exclusiva del padre, Francesco Arcuri. Aquel caso sacudió en 2017 la opinión pública de nuestro país cuando la mujer retuvo ilegalmente a sus hijos y se negó de manera reiterada a cumplir los requerimientos judiciales. No vamos recordar aquí el ridículo espantoso que protagonizó buena parte de nuestra clase política y una mayoría de medios de comunicación, alentando unas maniobras disparatadas de esta señora que suponían, no sólo el desacato a los tribunales españoles, sino el incumplimiento de los tratados internacionales ratificados por nuestro país.
Juana Rivas fue condenada a dos años medio de cárcel por secuestrar a sus hijos, pero el verano pasado fue indultada por el Tribunal Supremo a instancias del Gobierno, en especial de su facción podemita que convirtió a esta delincuente en un símbolo de la lucha contra la violencia de género. O sea, una mujer capaz de ejercer una violencia psicológica extrema sobre sus propios hijos fue presentada como paradigma de las víctimas del heteropatriarcado. Supongo que eligieron a esta maltratadora para seguir cabalgando contradicciones.
Ahora el niño de ocho años ha sido capaz de reconocer que su madre le obligaba a mentir sobre su padre. La sentencia certifica “un funcionamiento mental patológico de la madre que le hace confundir sus intereses con los de sus hijos”. El comportamiento tóxico de Juana Rivas tenía como objetivo dañar el vínculo del padre con los hijos, y en consecuencia también la relación entre los hermanos. El mayor ha sucumbido a la manipulación y le dice al pequeño que si no denuncia que su padre les pega “mami va a ir a la cárcel”.
Por desgracia cada día conocemos casos de malos tratos en el ámbito doméstico, mayoritariamente de hombres heterosexuales contra sus parejas. Los asesinatos de mujeres a manos de sus cónyuges constituyen un drama social que, a pesar de las campañas y los recursos empleados desde las administraciones, está lejos de amainar. Por otra parte, la violencia sexual se materializa en delitos de extrema gravedad que acarrean severas penas de cárcel.
Pero se habla muy poco de la violencia psicológica ejercida por los progenitores sobre los hijos que, prolongada en el tiempo, llega a causar daños en las víctimas más dolorosos que un bofetón o un tocamiento. Si resulta evidente que los malos tratos físicos y la violencia sexual se ejercen mayoritariamente por hombres, deberíamos reconocer que en el maltrato psicológico y la manipulación de los hijos durante un proceso de separación la estadística de género se invierte.
Las cosas han cambiado bastante desde que la abogada mallorquina se jubiló anticipadamente. Eran los tiempos en que, debatiendo sobre la custodia compartida, una histórica feminista me espetó en un programa de televisión que lo que debe hacer un buen padre “es estarse quieto y no pleitear en los tribunales”. Aún no se había inventado la “nueva masculinidad”, ni se reivindicaba la presencia del hombre en la crianza de los hijos, pero algunos ya llevábamos cambiados cientos de pañales.
Nadie concibe que las imágenes de un padre dando una paliza a un niño de cinco años no provoquen la intervención de oficio de la fiscalía de menores. Aquel vídeo del juez-conejo llegó a un juzgado de familia, que obviamente no lo admitió a trámite como prueba, pero tampoco acarreó sanción para la autora del mismo. Es difícil de entender cómo semejante aberración puede salir gratis. Si la función principal de la pena es la prevención del delito, el indulto a Juana Rivas fue un cheque en blanco para seguir maltratando a sus hijos. Feliz día del padre.