La mayoría de las encuestas sobre el 28M se quedaron cortas a la hora de vaticinar un cambio de Govern en las Illes Balears. Algunas -las menos- pronosticaban la posibilidad de que PP y VOX sumaran 30 diputados en sus estimaciones de voto más optimistas, pero la mayoría aventuraban poco menos que un empate técnico entre el bloque de la derecha y el bloque de la izquierda, con los regionalistas de El Pi como elemento clave para decantar la gobernabilidad hacia uno u otro bando. Una vez más, los trabajos demoscópicos se equivocaron y los votantes se manifestaron por una amplia mayoría contra el Govern presidido y representado casi en exclusiva por Francina Armengol, dejando el camino abierto a un cambio de ciclo político que veremos ahora cómo son capaces de gestionarlo el PP y VOX, los dos grandes triunfadores.
Como en todas las elecciones, la llamada a las urnas es básicamente el examen democrático al que se somete quien ostenta el poder, para que los ciudadanos pongan nota a la gestión de quienes han tenido la responsabilidad política en las diferentes instituciones. Por eso, suele decirse que las elecciones no las gana la oposición, sino que en la mayoría de las ocasiones las pierde quien gobierna. Porque, más que por la ilusión o por las propuestas de quienes se presentan como alternativas, la gente deposita su papeleta en la urna en función de su satisfacción o no respecto a la labor realizada por quienes le gobiernan. A tenor del escrutinio del 28M, es evidente que la gran mayoría de la población suspendió la gestión de Armengol y de sus socios en los últimos años.
Los resultados han certificado la defunción política de Ciudadanos -lo único en lo que acertaron todas las encuestas-, la irrelevancia de El Pi, que también desaparece del Parlament, y el principio del fin de Unidas Podemos, la formación que vino a cambiar la política y que ha acabado centrifugada por alguno de los males de la vieja política. Pero, sobre todo, los resultados suponen la derrota sin paliativos de Armengol, una derrota personal y política, porque ella quiso patrimonializar la gestión del Govern en primera persona, planteando la cita electoral como un plebiscito sobre su persona. ‘O yo o el caos’, el mismo mantra que utiliza ahora Sánchez para las elecciones generales del 23J.
Sería ridículo no reconocer a Armengol la habilidad para haber protagonizado los últimos veinte años de la política balear habiendo ganado solo en una ocasión las elecciones. De hecho, los socialistas sacaron más votos el 28M que en 2019, cuando sí ganaron las elecciones, pero en cambio han obtenido un diputado menos. Y ese es el gran drama del PSIB-PSOE. Su limitado techo electoral les obliga a buscar socios debajo de las piedras, pero con El PI y Unidas Podemos en cuidados paliativos, el único socio que le queda es Més y así es prácticamente imposible que le dé para alcanzar una mayoría suficiente. La suma de todos contra el PP que le ha permitido gobernar nuestra comunidad 12 de los últimos 16 años ya no le vale a los socialistas de baleares, que deberán buscar nuevas fórmulas. Porque, además, ahora el PP ya no está solo. Tiene un socio sólido, con el que tejer alianzas.
Otra de las habilidades de Armengol siempre ha sido la democratizar sus propios fracasos, como si la culpa siempre fuera del resto y no de ella. Cuando lideraba la oposición, la culpa siempre era del PP, por supuesto. Cuando ella ha gobernado, la culpa era de la herencia del PP o, si no, de Madrid, siempre que el PP estuviera en La Moncloa. Ahora que ha perdido, la culpa es de sus socios, que no han estado a la altura. Los mismos socios que le permitieron ser investida presidenta con el menor apoyo de la sociedad, tanto en 2015 como en 2019.