Tras los atentados de París y los compromisos verbales de los gobiernos europeos sobre la toma de medidas para combatir la amenaza yihadista, manifesté mi pesimismo sobre los efectos de las medidas anunciadas. Pensé. "Pasará el tiempo y todo el mundo se olvidará y se relajará, como casi siempre".
Estoy encantado de haberme equivocado. Francia vuelve a mostrar su " grandeur" con medidas concretas y con detenciones. Francia marca el camino una vez más, y lo hace desde la unidad política. Bélgica aborta un atentado inminente que, en este caso, iba dirigido contra las propias fuerzas de seguridad belgas. Esta vez hemos llegado a tiempo.
Alemania y España se han sumado a la vorágine con discursos que me están pareciendo muy inteligentes: de unidad política, inclusivos y ciertamente contundentes. Más "grandeur".
Hay, sin embargo, dos aspectos que me preocupan más allá de que acaben activando o no el registro de pasajeros en los vuelos, de que nos puedan pinchar el teléfono sin orden judicial, o de que no podamos visitar según qué webs más veces de las recomendadas. Me preocupa el elevadísimo volumen de ciudadanos europeos que ahora hemos sabido que un día dejaron sus respectivos países (España, Bélgica, Francia, Alemania, etc.) para instalarse en Siria y ser adiestrados allí para nada bueno. Todos ellos comprarán billete de vuelta.
Más aún me preocupan los individuos que han hecho lo mismo, pero sin ser ciudadanos europeos. Me preocupan esos 2.500 súbditos marroquíes que ya están en Siria con el mismo propósito. España está ubicada geográficamente en el "meollo" del tráfico de personas con este perfil: entre Francia y Marruecos, con Libia muy cerca. Esa es mi preocupación.
Ante este panorama, es exigible que, como ante el drama de la inmigración, Europa se preste y apreste a echarnos una mano, o las dos. Sería otra muestra de "grandeur".





