Desde hace ya casi treinta años, guardo en una pequeña caja de cartón cartas, postales, correos electrónicos y fotos que han sido y siguen siendo todavía hoy muy importantes en mi vida.
Allí se encuentran las cartas manuscritas de mi segunda novia, las misivas que me enviaron en su momento antiguos compañeros de estudios y también escritores a los que admiraba mucho, las epístolas y los e-mails que me mandaron amabilísimos lectores que seguían mis columnas de opinión en Última Hora, las fotos de mis dos únicos viajes a ciudades europeas —París y Londres— y una cariñosa tarjeta escrita a mano por Catalina Cirer en su antiguo despacho de Cort hace ya casi dos décadas.
Hacía tiempo que no abría aquella caja de cartón, pero ayer volví a hacerlo, para buscar esa tarjeta, después de saber que la presidenta del Govern, Marga Prohens, había decidido relevar a Catalina Cirer al frente de la Conselleria d'Afers Socials, que a partir de ahora dirigirá Sandra Fernández. La decisión de Prohens suponía además, de facto, el adiós de Cirer a la política activa tras treinta y dos años en primera línea.
Como no suele ser habitual que políticos y periodistas nos intercambiemos tarjetas —y menos aún que estas sean cariñosas—, seguramente no esté de más recordar ahora que en aquella lejana época yo cubría la información municipal del Ajuntament de Palma para Última Hora y que en varios artículos de opinión en dicho medio me había declarado cirerista.
Fue en ese contexto en el que Catalina escribió la citada tarjeta, que me entregó en mano en la tarde del 15 de mayo de 2007, en su último día como alcaldesa de Palma, apenas unas horas antes de que Aina Calvo pasase a ser al día siguiente la nueva primera edil de la ciudad.
En aquel escrito, lleno de afecto, Catalina me daba las gracias por haber estado a su lado «de pensament, paraula i obra durant quatre anys irrepetibles de sa meva vida política». Por fortuna para los cireristas —y yo diría que incluso también para quienes no lo son—, su vida política continuó más allá de esa fecha y se prolongó con distintos cargos institucionales, hasta llegar al más reciente como consellera de Afers Socials del Govern.
A lo largo de todos esos años seguí siendo cirerista y, al mismo tiempo, continué estando a su lado de pensamiento, palabra y obra. No fue nada difícil hacerlo, porque hoy puedo decir que ella mantuvo siempre los mismos principios y valores que me hicieron admirarla desde el inicio no sólo como política, sino también y —quizás más importante— como persona.
Ahí estaban y siguen estando su inteligencia, su honestidad, su cercanía, su afabilidad, su fina ironía, su moderación, su humanismo cristiano, su nobleza de carácter —a pesar de ser a veces un pelín impulsiva—, su lealtad personal e institucional, su respeto hacia las críticas que pudiera recibir y también hacia las opiniones ajenas, su preocupación constante por los más desfavorecidos y su ayuda callada a muchas personas anónimas lejos de los focos mediáticos, su alejamiento de cualquier tipo de demagogia o de extremismo, y, last but no least, su mallorquinismo sufriente, una condición que Catalina y miles de seguidores bermellones de la prolífica generación baby boomer compartimos desde la adolescencia.
Por todas esas razones y también por algunas otras más, como haber podido contar siempre con su respeto y su amistad sincera, aquella tarjeta manuscrita de Catalina estaba y seguirá estando siempre en mi pequeña y humilde caja de cartón rememorativa, junto a algunos de los recuerdos más valiosos y más hermosos de mi vida.