Lo del PSOE

Los próximos comicios van a poner a prueba el carácter estructural del Partido Socialista dentro del régimen surgido de la transición, tan cuestionado en estos momentos.

Como el PP y resto de fuerzas con responsabilidades de gobierno, el PSOE ha padecido/protagonizado casos de corrupción, en proporción tal que ha derivado en una enorme pérdida de confianza por parte de su electorado natural.

Los ciudadanos probablemente saben que la corrupción no es inherente a todos los políticos, pero sí a la actividad política -sea del color que sea el partido en cuestión-, porque indudablemente a la cosa pública se acerca mucho oportunista en busca de una silla y de un lucro rápido que va parejo, además, a una notoriedad social de la que, de otro modo, carecerían. Mucho mediocre sin escrúpulos ha ocupado así cargos políticos que en la empresa privada no tendrían oportunidad ni siquiera de soñar. En Balears lo sabemos bien.

Sucede, sin embargo, que el PSOE está pagando por ello un precio mucho más caro que el PP, en parte porque el electorado de izquierdas es más volátil y porque el partido no acaba de encontrar la ubicación o nicho social que le permita recuperar apoyos. Los líderes socialistas jamás pensaron que, tras un gobierno popular en época de terrible crisis, habiendo adoptado el ejecutivo docenas de medidas impopulares -las clásicas recetas de la derecha más la subida de impuestos propugnada por la extrema izquierda- el PSOE no fuera a recuperar la mayoría. Se frotaban las manos con cada anuncio gubernamental, porque desconocían que el nefasto legado de Zapatero iba a quedar grabado en las mentes de muchos ciudadanos, que han asumido que los socialistas ya no son la principal alternativa al PP, sino otra cara de la misma moneda. Este hecho tiene perplejos a los viejos dirigentes. El PSOE está perdiendo la batalla por el electorado joven, en favor de opciones utópicas y radicales que lanzan un discurso que resulta mucho más atractivo para una juventud sin esperanza de trabajo y con enormes dificultades para emanciparse, que percibe al Partido Socialista como "más de lo mismo".

A ello debemos añadir que el proceso de sustitución de Rubalcaba fue tardío y mal resuelto, porque incluso aún ahora una parte del socialismo sigue cuestionando el liderazgo de Pedro Sánchez, alimentando la idea de que Susana Díaz, presidenta no electa de Andalucía, pueda ser la candidata en las próximas elecciones generales.

Todos los equilibrios internos del partido están resquebrajados, pues el socialismo andaluz ha adquirido un peso que nunca antes tuvo, especialmente cuando catalanes, valencianos y madrileños, entre otros, compensaban ese protagonismo.

Con todo, creo que la sociedad española no puede permitirse el lujo de prescindir del PSOE como principal fuerza de gobierno alternativa, representando a una izquierda sensata alejada del oportunismo de experimentos como Podemos y otras opciones que son un imán para excomunistas insatisfechos, aunque éstos gocen de toda la legitimidad del mundo.

Pero no existe garantía alguna de que si Podemos accede al poder no vaya a comportarse, con relación a la corrupción y otros males comunes a las estructuras partidistas, exactamente igual que los demás. Más bien todo lo contrario, la ciencia empírica demuestra sin excepción que es el poder el que atrae la corrupción. Por tanto, la supuesta ventaja moral parte únicamente del hecho de no existir precedente de gestión de gobierno por parte de los podemitas, pero eso es lo mismo que afirmar que si arrojamos un determinado teléfono móvil desde lo alto de un rascacielos no sabemos si se va a estropear al chocar contra el suelo, solo por el hecho de que nunca antes lo hemos lanzado.

Las reticencias de los dirigentes de Podemos a presentarse con sus siglas a las elecciones locales y autonómicas se explican, en gran medida, por su temor a que la gente compruebe cómo de mal gobiernan antes de las elecciones generales, y el tirón de Pablo Iglesias sufra un efecto acordeón que está más que cantado.

La otra ventaja del podemismo es que el papel lo aguanta todo y su programa, a diferencia del que puedan presentar los socialistas, además de incorporar el porcentaje de mentiras habituales en todo panfleto electoral, le adiciona medidas absurdas o irrealizables que nadie en su sano juicio intentaría llevar a cabo, so pena de buscar la marginalidad del estado español.

Sánchez tiene una enorme y dura tarea para recuperar el espacio perdido. Debe hacerlo desistiendo de impactantes declaraciones con un efecto tan efímero como inocuo para la voluntad del electorado. Está obligado, además, a mirar al centro si quiera recuperar una mayoría suficiente, renunciando a competir con los podemitas en discursos provocadores.

El PSOE es y debe seguir siendo estructural en nuestro sistema político, tiene mimbres para seguir siendo la casa común de la izquierda socialdemócrata, pero para ello tiene que recuperar la credibilidad que solo otorga una propuesta política alejada de los extremos. Si no, mucho me temo que se repetirá la triste historia de la UCD y el PP se va a quedar sin oposición, para desgracia de los ciudadanos.

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