En pleno Paseo Mallorca, número 28, se alza uno de los clásicos más entrañables de la restauración palmesana: Los Rafaeles, mesón nacido en 1969, hogar de la cocina de mercado, los platillos sabrosos y el trato cercano. Desde su fundación, su historia se ha tejido con ingredientes sencillos pero de calidad, con clientela fiel y con ese sabor intangible que solo otorga el tiempo.
Ahora, con la llegada del otoño, Los Rafaeles ofrece algo más que rendirse al frescor atmosférico: es tiempo de productos de temporada, de reconfortar el paladar, de volver a platos de cuchara o de matices más intensos. Y lo hace sin perder identidad: manteniendo la cocina tradicional mallorquina y mediterránea, pero permitiendo que la modernidad ilumine los platos con creatividad, diseño y técnica actual.

UN OTOÑO DE SABORES AUTÉNTICOS
Productos de temporada
Con la caída de las hojas, Los Rafaeles incorpora en su carta productos que solo se encuentran esta época del año: alcachofas salteadas suben al podio de los entrantes, así como guisos de pescado fresco y “platos del día” que reflejan la cosecha local. También, en carnes, piezas de cordero lechal y solomillo aportan fuerza y cuerpo para combatir los días más frescos.
Tapas, montaditos y platillos: la barra como espacio de modernidad
Para quienes desean una experiencia más ligera o improvisada, la barra de Los Rafaeles se convierte en escenario ideal. Aquí, montaditos y platillos clásicos se ofrecen con giros contemporáneos: presentaciones cuidada, texturas que sorprenden (una fritura bien ejecutada, un punto perfecto de brasa, una emulsión o salsa sutil). Esa dimensión moderna convive con el concepto tradicional de tapa, con producto cercano, tapas hechas al momento, sin artificios innecesarios.
Carta y sugerencias (entre tradición y frescura)
En la carta de Los Rafaeles destacan platos como pulpo a la brasa, bacalao gratinado con alioli, chuletitas de cordero lechal, tártaro “Los Rafaeles”, y entre las opciones más ligeras, ensaladas o verduras a la parrilla. En otoño, se aprecia cómo los segundos platos rebajan algo la presencia de pescados ligeros y se inclinan más hacia piezas más “firmes” y reconfortantes.
Y al final de la comida: los postres clásicos —la tarta de queso japonesa, el cardenal mallorquín, banoffee, tiramisú— que siguen siendo propuestas infalibles para cerrar con broche dulce.

MÁS ALLÁ DEL PLATO: AMBIENTE, SERVICIO Y FILOSOFÍA
Entrar en Los Rafaeles es sentir que el tiempo se detiene, pero de la mejor manera posible. No hay prisa, ni artificios: solo el murmullo amable del comedor, la madera que invita a quedarse y la cercanía de un equipo que lleva años entendiendo el arte de la hospitalidad. El restaurante, situado en pleno corazón de Palma, combina la elegancia de lo clásico con un aire contemporáneo que hace del espacio un refugio cálido para el otoño. Las luces tenues, los detalles cuidados y la sobria armonía del entorno crean el escenario perfecto para disfrutar de una comida sin pretensiones, pero con alma.
La filosofía de la casa es sencilla y honesta: respetar el producto y mimar al comensal. En cada plato se percibe esa devoción por lo auténtico, por el sabor que nace del mercado y se transforma en algo más sin perder su esencia. La cocina de Los Rafaeles no busca deslumbrar con artificios ni técnicas impostadas, sino emocionar desde la verdad del producto. Hay algo profundamente humano en su propuesta: la convicción de que cocinar es un acto de cariño, y servir, una forma de compartirlo.
Detrás de cada servicio, de cada plato bien dispuesto, hay una herencia viva. La de una familia y un equipo que han sabido evolucionar sin renunciar a su identidad, que han entendido que la modernidad no consiste en romper con el pasado, sino en reinterpretarlo con sensibilidad. Así, Los Rafaeles se mantiene fiel a su historia, pero con la mirada puesta en el futuro, combinando el saber de siempre con una ejecución actual, cuidada y elegante.

POR QUÉ VISITARLO ESTE OTOÑO
El otoño es, quizá, el momento más bello para descubrir o redescubrir Los Rafaeles. La ciudad se vuelve más serena, la luz del atardecer acaricia las fachadas, y el restaurante se convierte en un refugio donde reencontrarse con los sabores de la temporada. En la mesa, los productos del momento cobran protagonismo: las alcachofas, las setas, los guisos lentos que reconfortan, los aromas de brasa que evocan el hogar. Cada plato parece abrazar al comensal, recordándole que la cocina también puede ser una forma de abrigo.
Visitar Los Rafaeles en esta época es dejarse llevar por el ritmo pausado de una casa que respira autenticidad. Es disfrutar de la calidez de su personal, de un servicio atento sin ser intrusivo, de una copa de vino que se alarga entre risas y confidencias. Es saborear la Mallorca más genuina sin nostalgia, porque aquí la tradición no es un recuerdo: es presente. Y quizá por eso, cuando se sale del restaurante, uno tiene la sensación de haber viajado sin moverse, de haber encontrado un lugar donde el tiempo se mide no en minutos, sino en bocados.






