Este sábado pasado se celebraron elecciones parlamentarias en Eslovaquia de las que ha salido victorioso Robert Fico, de un partido autodenominado socialdemócrata, pero que no es sino populista, autoritario y xenófobo. Fico ya fue primer ministro hace unos años y tuvo que dimitir por un escándalo en relación con el asesinato de un periodista muy crítico con su labor de gobierno y que estaba destapando relaciones entre su entorno directo y la mafia calabresa.
Se trata de un político surgido, como tantos en los países de la antigua órbita soviética, del partido comunista checoslovaco, de la época en que el secretario general y presidente de la república era Gustav Husak, también eslovaco. Un tiempo en que, después de la invasión soviética (y de algunos miembros del Pacto de Varsovia) de 1968 y el aplastamiento de la Primavera de Praga de Alexander Dubcek, también eslovaco y a quien en un principio apoyaba, la política de Checoslovaquia quedó absolutamente sometida a Moscú, a quien se consultaban todas las decisiones de gobierno.
En este ambiente opresivo y sometido al poder soviético debió Fico desarrollar sus habilidades de desenvolverse en un campo minado, donde no puedes fiarte de nadie, porque no sabes quién pueda ser un delator, así como también su querencia por el poder, su misoginia, su xenofobia y su tendencia a la corrupción, cualidades que adornaban a la mayoría de líderes comunistas de los satélites soviéticos, así como también sus simpatías prorrusas.
Se trata de un político populista de manual. Es autoritario, xenófobo, radicalmente contrario a la inmigración, en especial si es de personas musulmanas, misógino, no pierde ocasión de eructar sin filtro comentarios machistas, odia a los periodistas, utiliza las redes sociales para emitir sus comunicados y hacer campaña, sin vacilar en utilizar la mentira, o las medias verdades, que son la peor de las mentiras, es admirador de Vladímir Putin, supongo que es el espejo en que se mira y es desacomplejadamente prorruso. De hecho, una de las pocas medidas concretas que ha prometido durante la campaña es el cese inmediato del suministro de armas a Ucrania, amén de haberse pronunciado públicamente de acuerdo con las razones esgrimidas por el Kremlin para justificar la invasión e incluso haber dicho que está de acuerdo en que los dirigentes de Kiev son nazis y los auténticos culpables de la guerra.
La proliferación de dirigentes de este jaez en países del antiguo bloque soviético es muy preocupante. Además de Orban en Hungría, auténtico epítome de este tipo de políticos, hay casos similares en Bulgaria, el presidente Ramen Radev, en Chequia, el presidente Milos Zeman y también en Moldavia. En todos estos países hay una pugna entre dos pulsiones: la de la democratización e integración en los valores de la democracia parlamentaria que representa la Unión Europea y la del autoritarismo disfrazado de democracia formal, pero sin auténtico respeto a los derechos individuales y colectivos que garantizan, a pesar de fallos puntuales, los regímenes representativos de Europa Occidental.
Todos estos líderes aspiran a un control férreo del poder judicial, como garantía de poder hacer y deshacer bajo una pátina de legalidad, al control de los medios de comunicación y la destrucción de los críticos, a perseguir, con el poder judicial a su favor, a los adversarios políticos y al control del discurso político, que les garantice ganar las elecciones, a poder ser con mayoría absoluta. Eso ya lo ha conseguido Orban en Hungría y está camino de conseguirlo Ley y Justicia en Polonia, aunque el caso polaco es algo diferente, ya que en absoluto son prorrusos, pero las consecuencias prácticas son muy similares.
La victoria de Fico no ha sido completa, ya que no ha conseguido la mayoría y, por tanto, deberá llegar a acuerdos para gobernar, que ya veremos cuáles serán y a dónde le llevarán. De momento, su contrapeso será la presidenta de la república Zuzana Caputova, de tendencia liberal y europeísta, a la que no vacilado en insultar e intentar denigrar, con su habitual fachendería misógina. En una celebración pública el año pasado, hizo corear a la multitud: “puta americana”, en referencia a la presidenta y después añadió: “cuanto más puta es una persona, más famosa se vuelve”.
Quizás habría que aplicárselo a él, puesto que se ha vuelto muy famoso.