Maradona, un referente mundial

Les puedo asegurar que, en mis planes, no existía la posibilidad -o, en su caso, era remota- de que un servidor de ustedes se dedicara a escribir unas cuantas palabrejas sobre el personaje citado en el título de este papel informático. Más que nada, porqué mi interés por el tal monstruo mediático es escaso, por no decir nulo.

No me considero ningún fanático del deporte del fútbol; de hecho, para serles sincero, debo confesarles que ni tan siquiera soy aficionado. A veces, que no a menudo, me gusta dar un vistazo en televisión a algún partido de este deporte, aunque la verdad es que no resisto demasiado tiempo ante la caja tonta (o la pequeña pantalla, si lo prefieren) debido al hecho de que me suele invadir un proceso inevitable de aburrimiento y su consecuencia inmediata: el sopor, la somnolencia. De todos modos, entiendo que mis preferencias en el ámbito deportivo les importe un pepino -al igual que mi otras predilecciones en cualquier espacio de mi vida personal-, motivo por el cual les dejo en paz y no les agobio más con sandeces de este estilo.

Dicho esto -y sentadas las premisas de mi humilde discurso- no puedo dejar de expresarles mi más sonora estupefacción por todo lo que conlleva la revolución mediática basada en la fenomenología universal sobre el fútbol y, más concretamente, sobre alguna de sus estrellas convencionales.

No puedo -ni quiero, ni debo- silenciar mi más profundo repudio sobre el tratamiento que reciben alguno de los ídolos que brillan en este terreno deportivo. Me parece un auténtico escándalo el rebomborio (en este caso, a nivel mundial o planetario) que se ha montado a partir del fallecimiento de uno de los jugadores de fútbol (los llamados futbolistas) más conocidos y reconocidos del mundo entero como el tal Diego Armando Maradona.

Me cabrea un huevo (y disculpen la expresión soez y vulgar) que ese Maradona -que descanse en paz, por supuesto y sin ninguna clase de sarcasmo- sea dado de alta en el Olimpo de las referencias humanas cuando, en realidad, no ha sido más que un deportista, eso sí, con una habilidad especial en la práctica del fútbol. Entiendo que se le pueda homenajear y que se le deba un respeto en calidad de futbolista extraordinario, hábil en la visión de las jugadas, listo en sus funciones y especialmente brillante en la consecución de los objetivos básicos de este deporte de pelota, sobre todo, en la definición a la hora de meter la pelota dentro de la portería contraria (lo que se llaman goles, vaya). Pero, un cosa tengo clara, de ahí a darle el rango de una ídolo de la humanidad es lo que me parece altamente vergonzoso, absolutamente ridículo y de una estupidez colosal.

Una persona que aspire a ejercer de referente mundial debería poseer -entre muchas otras virtudes- una maleta, llena a rebosar, de virtudes y, por encima de todo, un baúl cargado hasta el tope de valores humanos positivos y moralmente sólidos. De todo esto, el tal Maradona, “na de na”: en su cargamento -nada ligero, por cierto- pesa enormemente un carácter indisciplinado en todos los órdenes de la vida; un fuerte reconocimiento a las drogas; un destacado mal comportamiento con personas de su entorno, principalmente novias, esposas o otras figuras del campo básicamente femenino, etc.

El referente humano debería darse, solamente, a figuras mundiales que, por su eficacia, su estudio, su esfuerzo, su dedicación, su planteamiento ético y científico y otras cosas, hubiera alcanzado la cúspide de la bondad y la virtud. Don Santiago Ramón y Cajal, para poner un ejemplo.

Una humanidad sin criterio para elevar a la categoría superior a guiñapos humanos, dice muy poco de su solvencia.

Vamos a ver si, en un futuro próximo, el Planeta cuida más su imagen. Y los periodistas, ayudan; que no es el caso.

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