Una de las mayores preocupaciones de los padres con hijos es el de poder conciliar su vida laboral y familiar.
Uno de los mayores descubrimientos antropológicos realizados durante el siglo XX fue que tanto el hombre como la mujer han de contribuir conjuntamente a la construcción familiar y cultural del mundo. Este hallazgo se realizó al constatar que históricamente se dividieron los roles sociales entre masculinos y femeninos. El hombre se ocupó de la esfera pública, mientras que el peso del espacio privado recayó casi exclusivamente sobre la mujer. Los resultados son patentes: ambos ámbitos resultan perjudicados por estar incompletos. La esfera externa adolece de competitividad y economicismo, haciéndose inhabitable e inhumana: en ella faltan los recursos de la feminidad, de su preocupación prioritaria sobre las personas.
Por otra parte, en la familia los hijos se ven privados de la presencia de un modelo paterno, que les integre equilibradamente en las estructuras emocionales y sociales. El padre es la figura que ayuda a descubrir su identidad a los hijos varones y afirma la feminidad de las hijas.
Hoy se tiende a construir una familia con padre y una cultura con madre, siendo el hombre trabajador y padre, y la mujer madre y trabajadora. Porque, ahora que abundan las familias monoparentales, se descubre que los hijos necesitan un padre y una madre, que mantengan entre sí una comunicación estable. Y también se ha constatado que las estructuras laborales y sociales están esperando el "genio" de la mujer, para hacerlas habitables, para que se acomoden a las necesidades personales en cada etapa de la vida, para que cada persona pueda dar, en cada circunstancia, lo mejor de sí misma. Es decir, el mundo del trabajo reclama la presencia de la mujer-madre, para que el mundo laboral esté en función de la persona y de la familia, y no al revés.
La maternidad tiene, entre otras, una nítida función: la de proveer a la sociedad de nuevos vástagos. Ese cometido que se hace en el seno de la familia, con la cooperación de un padre, recae en gran parte sobre la mujer. Frente a ella, el hombre y la sociedad están en deuda, porque aporta más en algo que es un bien para todos. Ella soporta casi todo el peso físico y de dedicación a los hijos pequeños. Pero el padre también es necesario, pues es el único que puede hacer posible la maternidad familiar y social. Si el hombre-trabajador fuera verdaderamente padre, la madre-trabajadora podría ser felizmente una realidad. Eso requiere que el hombre no olvide que es padre, cuando trabaja. Sin embargo, este nuevo modo, creativo y fecundo, de enfocar la vida y el trabajo es un reto para nuestra sociedad.
Con frecuencia, a las mujeres se les ponen demasiadas trabas en el campo laboral para que puedan llevar a cabo su doble función social, porque se condiciona su trabajo a su posible maternidad, porque no existe la necesaria flexibilidad para hacer compatible trabajo y familia, porque no hay suficientes servicios sociales que ayuden a la crianza de los niños pequeños, porque no se facilitan reciclajes para reincorporarse al trabajo, tras haber sacado adelante a una familia numerosa.
La maternidad agredida busca a hombres que hayan descubierto su paternidad. Paternidad que comparte las cargas del hogar y la atención de los hijos. Paternidad que apoya los planes profesionales de la madre de sus hijos. Paternidad que provee para que en su campo laboral haya otras mujeres que puedan ejercer su maternidad. Aunque suene a nuevo, la paternidad se puede ejercer cuando y mientras se trabaja, porque su primer cometido consiste en hacer posible la maternidad.