“Paro, corrupción, y la crisis económica” es la trilogía que en los últimos dos años ha encabezado la lista de las principales preocupaciones para los españoles según el CIS. Entre los temas que no preocupan últimamente a los ciudadanos se encuentran el terrorismo, los problemas medioambientales, la inseguridad ciudadana ni las drogas.
Llama la atención que las drogas no superen en ninguna encuesta el 0.5% en índice de preocupación cuando bien se puede decir que más del 75% de la población reclusa lo es por algún delito relacionado con las sustancias estupefacientes, es decir, que la relación delincuencia – drogas está más que clara. Sin embargo, no existe un debate en la calle, en los medios de comunicación ni por parte de los políticos sobre cómo afrontar una cuestión que ha llevado a muchas personas bajo tierra y ha destrozado muchas familias. Está claro que es un tema tabú.
Soluciones sobre el papel podríamos escribir muchas, pero en el mundo de las drogas es más lo que no se escribe y lo que no se dice que lo que nos podemos imaginar. El dinero que mueve, los intereses que rodea, el elevado número de gente que está implicada… todo ello alcanza unas magnitudes que querer erradicar el tráfico y consumo es más que una quimera.
Copiar el sistema holandés y legalizar las drogas no se antoja solución suficiente puesto que en el país de los tulipanes las sustancias cuya compraventa es legal son las consideradas blandas, pero en ningún caso lo es la transacción de cocaína, heroína o crack.
Ahora, con la campaña electoral, seguramente será extraño escuchar a ningún candidato hablar sobre cómo atajar los problemas que genera el tráfico de drogas y mucho menos realizar propuestas radicales que se distancien del debate sobre el desmantelamiento de Son Banya.
No se si por incapacidad de encontrar una solución efectiva, por tener implicación o por temor a adentrarse en un mundo donde se gastan pocas risas, nos hemos hecho la idea que más vale no meneallo.