Muy fan de la señora del quimono rosa

Droga dura esta semana. Comienzo a escribir mi columna y no sé por dónde atacar... Me pongo a los Rage against the machine para inspirarme con su furia. No estoy enfadado, solo necesito una dosis de extra de bad milk que me motive. Pero de buen rollo, ¿eh?, como el cafetito de Alicia Camacho y Puigdemont, que parece un anuncio de Nespresso. Faltaba Juan Valdés con su burro, burro catalán, eso sí.

A ver, la primera impresión de esta frenética y caótica semana informativa es que —como se diría en el universo chanante— la cosa va de viejunos. Muchos la ha han descubierto ahora, pero yo hace años que soy muy fan de la señora del quimono rosa que da las noticias a gritos en los informativos de le televisión norcoreana. Hubo un tiempo en que mi mujer y yo nos tirábamos tardes embobados frente al ordenador visionando los noticieros de Corea del Norte. También nos enganchamos a un canal paqui que veíamos por la parabólica, de esos que dan películas de señoritas muy guapas con sari que cantan mientras señores cejijuntos muy feos las rondan como perretes salidos. La señora del quimono rosa está jubilada —en el paraíso juche o te jubilas, o te mandan a un campo de reeducación a lo Marina d'Or, o te mueres de hambre porque el zampabollos del gordo de los pelos raros se lo come todo y no queda nada para los sufridos proletarios—. Está muy bien teñida y mejor conservada, por eso la sacan cuando el régimen de Pyongyang tiene que dar una noticia bomba, nunca mejor dicho. No te enteras de lo que dice, mas no hace falta ser muy inteligente para deducirlo porque salen misiles volando. Ella nos dice algo así como «decadentes capitalistas occidentales, sobre vosotros caerá la ira atómica de nuestro glorioso líder», o cosa por el estilo.

A la Forcadell se la entiende mejor aunque creo que ella no se entiende a sí misma. Me ha emocionado verla jugar al pito pito gorgorito en plan «tú hablas, tú no». Desconozco si tal democrático talante es un homenaje norcoreano y por eso fue al Parlamento con una chaqueta de color fresita como el quimono rosa de la Rosa María Mateo chinorri. Espero que no le pese a Forcadell, pero la estrella del circo parlamentario catalán ha sido Àngels Martínez, la diputada podemita que estuvo a punto de desencajarse la cadera cuando se levantó para quitar las banderas españolas que los populares habían dejado sobre sus escaños al abandonar la sala en señal de protesta por el cachondeo indepe. La pobre casi se mata bajando las escaleras. Admiro su determinación, aunque creo que debería tomarse las cosas con más calma. No me la quiero imaginar entrando como el huracán Irma en el bufé libre de un viaje del Imserso. Le tocas una croqueta y te arranca el brazo. Lo duro es que salió la escena por la televisión cuando cenaba con mi esposa. No se pueden ver los informativos con mi mujer al lado. Es como si te encasquetaran a un palmo de la oreja al locutor de Oliver y Benji. La van a fichar en Black & Decker, menudo taladro. La señora Martínez argumentó que quitaba la rojigualda porque su padre luchó contra el franquismo y esa era «una bandera impuesta». Puede pensar lo que quiera. A mi me parece que a Franco se le puede culpar de no pocas imposiciones, si bien la bandera española es anterior a él. Desde luego, no la inventó ni era suya. Y además, tan española es la rojigualda como la tricolor. Que yo sepa, las dos representan al mismo país.

Tras la señora del quimono rosa y la vieja de las banderas, el ancianete de la semana ha sido Guillem Darder, octogenario pintor residente en Sóller y responsable de los dibujillos guarros, de los que ya hemos hablado en semanas anteriores, enviados al presidente del Consell de Mallorca, Miquel Ensenyat. Ensenyat, que es un señor, se ha tomado un café con él y se han hecho una fotografía juntos porque el desdichado Darder ha recibido hasta en la dentadura postiza y tenía que demostrar que la cosa ha acabado en «pelillos a la mar». Eso es como garabatear a tu profesora de primaria en tetas y que te pillen los dibujos en la mochila. Bravo por Ensenyat.

A Ensenyat no le ha salido lo de rescatar el túnel de Sóller, lo saben. Y al Gobierno balear no le sale nada. No sé si es que han contratado a los servicios jurídicos en un todo a cien o que no les hacen caso, pero cosa que tocan, cosa que acaba en los tribunales. La enésima peripecia judicial ha concluido, de momento, con una patada en el cielo del paladar. El Tribunal Superior de Justicia de las Islas Baleares ha tumbado las 8.200 tarjetas sanitarias a los inmigrantes sin permiso de residencia otorgadas en contra del decreto nacional de 2012 que lo impedía. No seré yo el que diga que debe negarse la asistencia sanitaria a nadie, con o sin papeles. El señor Diop de Senegal que vende cedeles piratas puede estar tranquilo, no lo van a dejar morir en la calle. Si es necesario le pondrán un médico que hable en catalán y si no lo entiende ya se pasará por ahí Juli Fuster a hacer de intérprete.

Tal vez me equivoque, pero creo que aún nos quedan otros leñazos judiciales. La empresa promotora del centro comercial y de ocio Palma Springs que debía construirse en Ses Fontanelles, en la Playa de Palma, anuncia que como Cort ha dado carpetazo al proyecto estudian demandarlos y pedirles 100 millones de euros en concepto de lucro cesante. Ojo, que no son unos mindundis... Me huele que esto va a acabar como la movida de Gesa con Núñez. En vez de tanto «Madrid nos roba» deberíamos empezar a calcular cuánto nos cuestan a los ciudadanos las indemnizaciones y los procesos judiciales fruto de decisiones estrictamente ideológicas. Yo soy abogado, veo entrar a Iago Negeruela en mi despacho, y me cago del susto, de verdad.

Hablando de desastres... Me sorprende lo calladitos que están los payeses y lo poco que ha coleado en los medios de comunicación la catástrofe de la chilella. Todo el mundo reconoce que la fastidiosa bacteria está descontrolada y que nada más que ver impotentes cómo destruye los campos de almendros y los viñedos podemos hacer. Es gravísimo. Se están destruyendo el medio ambiente, la economía del sector primario, el paisaje... Los viñedos pueden tardar décadas en recuperarse si los ataca la chilella. Y aquí no pasa nada. No voy a culpar al Gobierno balear de algo así, no se me ocurriría. Lo que me pregunto es qué hubiera sucedido, cuál hubiera sido la respuesta, de haber pasado todo esto con un presidente popular en el Consolat. No dudo de que se habría montado un aquelarre apocalíptico del estilo Prestige al que se apuntaría hasta la vieja de las banderas y el barbas de Palma per qui l'habita, otro entrañable vejete que no falta en Sa Feixina, en los saraos indepes, y en cualquier chiquipark que se precie.

Llámenme facha, carca y clasista —ya estoy acostumbrado— por lo que voy a decir. Mi hija no va a comenzar el curso en un barracón porque va a un colegio serio y de monjas, y esas cosas no las permite Sor Quetepegoconlaregla. Flipo mucho con los barracones, 122 en la comunidad, 86 solo en Mallorca. Tampoco me voy a poner exquisito, la verdad es que están bastante bien acondicionados. Como con los payeses, veo el silencio —tibieza, como mucho— de las asociaciones de padres y de los sindicatos rojeras. Sale el conseller de Educación, Martí March, a culpar de todo a la «presión demográfica» y reconoce que al final de la legislatura aún pueden quedar la mitad de los barracones y aquí la gente se achanta, incluso los del sindicato UOB —los de las camisetas verdes y las huelgas de hambre, para que nos entendamos— lanzan un comunicado diciendo que los barracones son la «herencia del PP». Coño, al final vamos a enterarnos de que Poncio Pilatos es una invención de Génova 13 para tapar que el gobernador de Judea era José Ramón Bauzá. Los barracones... Otro aborto de Prestige.

Lo que si es un Prestige, por la mugre acumulada, son las calles de Palma. Cierto es que somos unos guarretes —esa parte de responsabilidad nos toca aceptarla— lo que no puede justificar el fracaso de la recogida de trastos y el caos en la gestión de Emaya que ha convertido Ciutat en un erial. Palma no está masificada, lo que está es basurizada. La que ha montado la regidora Neus Truyol al anunciar que Emaya aportará 12.000 euros a un proyecto solidario en Bolivia cuando la mierda invade las aceras. «¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?», se preguntarán. Eso mismo me pregunto yo, qué tiene que ver. Miren, por muy jodidos que estemos no me parece mal que ayudemos a otros que están peor que nosotros, es justo, humano y de una moralidad imperiosa. Lo que no entiendo es por qué la pasta tiene que salir del presupuesto de Emaya. Para eso las instituciones ya tienen sus partidas para cuestiones de auxilio, cooperación y solidaridad internacional. Si empezamos a meter la mano en la caja aquí y allá, luego no nos van a salir los números.

Alguno de ustedes tal vez quiera disculpar la gestión municipal con aquello de «no son malos chicos, es que andan un poco perdidos...». Y de eso no me cabe duda, están perdidos. De hecho se pierden dando un paseo. Hay quien saliendo de la iglesia de Sant Jaume, para ir a Cort pasa por la Plaza Major —no se fíen del Google Maps, que juega malas pasadas— y, como Luís Eduardo Aute en aquella canción de Pasaba por aquí, se encuentra en medio de una manifa independentista. Me recuerda a la hilarante escena de la película Los Productores en la que dos tipos llegan a una casa con brazaletes nazis y cuando el mayordomo les pide «sus abrigos y sus esvásticas» ellos dicen que vienen de una fiesta «en la que todo el mundo las lleva». Es una comparación de guasa, no una analogía. Que nadie diga que equiparo a independentistas con nazis. De eso ya se encargan ellos. Por cierto, en la Plaza Mayor también estaba el barbas. Es que es alma de la fiesta, no se pierde ni una. ¡Y lo bien que se lo pasa el hombre sin hacerle daño a nadie!

Donde ha habido hostias es el furgón de cola, y no me refiero al infierno de la Segunda B, no. Hablo de Esquerra Unida. De izquierda son, pero lo de unida... Dice el sector crítico que se piran y que 200 afiliados se dan de baja por lo que «quedarán 40 ó 50 militantes». La ejecutiva lo desmiente y asegura que quedan muchos más. No crean que voy a hacer chascarrillo con su culebrón ni que voy a regodearme en su desgracia. Creo necesario y sano que exista un partido «a la izquierda de la izquierda», y valoro y siento estima por personas de Esquerra Unida a las que conozco. Los respeto a pesar de tener muy poco en común con sus ideas. No es bueno para la salud democrática de un país que sucedan estas cosas en los partidos. Espero que hagan las paces y se repongan para poder volver a atizarles con todo el cariño del mundo.

Me dejo temas por tocar. Entiendan que esta ha sido una semana muy densa, inabarcable en la humilde columna de opinión de un pequeño escribidor. Solo ha faltado que llueva a lo bestia —un poco sí ha caído— para que los torrentes se desborden como lleva anunciando semanas la portavoz del Partido Popular, Marga Prohens. La verdad es que desde que se ha metido a sibila da un poco de grima con tanto anunciar el fin del mundo. Uf, a ver si lo de los torrentes va a acabar siendo un Prestige de verdad.

Lo dejo por hoy, estoy agotado. No he dormido bien en esta semana de pesadilla. Hace unas noches soñé que era Massiel y que me quedaba encerrada en las Bodegas Suau. Fue espantoso, aunque solo de pensar que podría haber sido peor, que podría haberme quedado atrapada con María Jiménez, se me quitan las ganas —y es difícil, se lo aseguro— de beber coñac. Me voy a pasar al agua Minerval. O peor aún, imaginen que sueño que soy Neus Truyol y me voy en bicicleta a comprar lechuga porque me he vuelto vegano. No sé por qué sueño estas chorradas en las que me convierto en mujer. Quizás Mae de la Concha y Laura Camargo de Podemos tengan razón y deba asumir mi «masculinidad alternativa». Pero esa es otra historia...

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