Oro negro

Desde finales del Siglo XIX, en el marco de la 2ª Revolución Industrial, el petróleo ha sido el eje fundamental en la producción de energía a escala mundial.

Dicho combustible fósil, del que derivan todo tipo de plásticos, gasóleos, gasolinas, materiales sintéticos… es más bien escaso, de difícil extracción, de complejo tratamiento y vital para la industria y nuestro modo de vida.

La importancia del petróleo ha afectado como ninguna otra cosa a la geopolítica del siglo XX y XXI. Hitler perdió la guerra, entre otras cosas, por no llegar a los pozos petrolíferos del Cáucaso. EE.UU y Rusia son lo que son por sus enormes reservas de petróleo y gas. Oriente Medio es un hervidero entre otras cosas por la importancia de sus reservas. China defiende a Irán porque Irán le suministra petróleo. Sadam Hussein era el más malo entre los malos porque entorpecía el mercado petrolífero y la construcción de un famoso oleoducto que, oh sorpresa, tras su caída sí se pudo construir. Y determinadas guerras y hambrunas no le importan a nadie porque no hay petróleo, solo muertos.

Nada que no sepamos.

La energía nuclear pudo ser la alternativa, pero sus riesgos y sus residuos frenaron su auge, quedando relegada a un segundo plano y, según parece, a una paulatina desaparición en el futuro.

Sin embargo, mientras en el mundo el petróleo marcaba la pauta, en España tirábamos de carbón, anclados como estábamos no en la 2ª Revolución Industrial sino más bien en los albores de la 1ª.

Y es que como la familia de escritores Belinchón, España tiene una tendencia natural a llegar tarde a las cosas.

Cuando todo el mundo da por hecho que la preponderancia del petróleo acabará en unas décadas, no solo por el agotamiento de las reservas sino por los daños que su uso genera en el medio ambiente, España ahora se va a dedicar a hacer prospecciones para ver si existe o no petróleo cerca de nuestras islas.

Hace muchos años, alguien con mi mismo apellido ya dijo que en la zona era posible la existencia de reservas petrolíferas. Que la cuestión no era, ni es, si existen o no existen, sino si, existiendo, debían ser explotadas.

Y la respuesta, en mi humilde opinión, es clara: no debe llevarse a cabo tal explotación.

No debe hacerse por varios motivos que me parecen bastante obvios.

Sabiendo que las extracciones siempre generan, cuando menos y yendo todo bien, manchas de petróleo en el mar, no parece razonable asumir tales impactos frente a nuestras costas, y no solo por los turistas, caramba, sino también por nosotros.

Al ministro Soria parece que ese punto le importa poco cuando pontifica sobre las bondades de las prospecciones. Quizá no deberíamos pasar por alto que es

canario, y que los perjuicios a Baleares beneficiarán, curiosamente, a su tierra.

Solo por eso debería tener la boca cerrada.

Sabiendo el enorme daño ecológico que puede generar una plataforma de extracción petrolífera en el mar (pregúntenle a BP y a Obama), no parece tampoco lógico poner en marcha algo tan peligroso si no es estrictamente necesario.

Y es evidente que no es necesario porque hasta la fecha, tras más de un siglo de uso del petróleo, nadie se ha interesado por esos yacimientos a nivel comercial, lo cual quiere decir que sin duda existen importantes dificultades para su explotación, lo que incrementará los riesgos.

España tiene un importante déficit energético que afecta gravemente a la competitividad del país. Eso es un hecho, y dicho déficit no puede combatirse únicamente con las energías renovables tradicionales, al menos por ahora.

Pero mientras todos los países desarrollados investigan nuevas fuentes de energía limpia y barata, ahora llegamos nosotros, barremos de un plumazo las inversiones en renovables tradicionales y nos ponemos a pensar en petróleo como quien intentara abrir una fábrica de coches en Detroit.

¿No sería mejor, pienso yo, levantar la cabeza y mirar un poco a lo lejos?

Por ejemplo: invertir en el estudio y desarrollo de energía a partir de la fusión del hidrógeno. Los británicos llevan tres décadas haciéndolo y se habla de que es la energía del futuro. Barata, limpia y muy eficiente.

O invertir en el estudio y desarrollo de la fusión fría, que parece algo más alejada pero sobre la que últimamente se ha avanzado bastante. Claro, en la Universidad de Bolonia.

Se trata de elegir si se quiere ir un siglo por detrás de los demás o si se quiere ir, al menos, a su lado.

Es verdad que los resultados no vendrán a los seis meses, y que a lo mejor algunos empresarios del sector del petróleo no estarán contentos con Rajoy y Soria.

Pero aunque el petróleo tiene mucho presente, forma parte del pasado. El futuro no pasa por la contaminación, por el riesgo, por los combustibles fósiles.

El futuro pasa por energías limpias, sostenibles y baratas, que permitan a todos tener acceso a la misma, que permitan que no haya que endeudarse para no pasar frío en casa, que permitan a las empresas competir en costes sin tener que despedir trabajadores.

En ese futuro aun hay muchas cosas que descubrir. Destinemos a ese objetivo los recursos, y dejemos en paz nuestro Mediterráneo, que bastante daño se le ha hecho ya.

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