Recientemente estuve en Platja d’Aro, un destino que ha sabido encontrar un equilibrio difícil pero muy necesario entre turismo, calidad urbana y convivencia ciudadana. A diferencia de otros enclaves costeros desordenados, Platja d’Aro demuestra que sí se pueden hacer las cosas bien. La primera impresión al llegar es de limpieza y orden. Las calles están bien cuidadas, los paseos impecables y no hay rastro de suciedad acumulada, ni en el centro ni en la playa. Y eso tiene un mérito especial si se considera que en verano esta localidad puede alcanzar los 80.000 habitantes entre residentes y turistas, una cifra muy elevada para un municipio de tamaño medio.
Platja d’Aro ofrece una actividad comercial viva y variada. En primera y segunda línea de mar abundan los comercios abiertos, cuidados y operativos, tiendas, restaurantes, bares, heladerías… todo activo, todo ordenado. No se ve el declive comercial que afecta a otros municipios turísticos. Aquí los negocios no solo sobreviven, sino que funcionan y dan vida al paseo marítimo.
La convivencia entre distintos perfiles de visitantes, familias, parejas, jóvenes, tanto nacionales como internacionales, se da con total normalidad y sin generar conflictos. Hay bastante turismo de ocio nocturno, sí, pero está bien integrado y no da la sensación de descontrol en ningún momento.
Pero lo que más sorprende, sin duda, es la ausencia de venta ambulante ilegal, una lacra que parece enquistada en muchas otras zonas costeras. No hay manteros, ni vendedores de refrescos, ni prostitución callejera. Y no es casualidad. La acción policial es constante, y la política de tolerancia cero se aplica con firmeza desde hace más de una década. Las unidades de bicicleta y otras unidades patrullan el paseo desde mayo y el objetivo es claro, que los manteros no se sientan cómodos. Tal y como explica el jefe de la policía local, David Puertas, cuando localizan a un vendedor ilegal le confiscan el material y le multan con sanciones. Aunque muchas no se cobran por la falta de domicilio fijo de los infractores, la presión policial disuasoria funciona.
Este modelo no se limita solo a Platja d’Aro. En municipios cercanos como Calonge tampoco hay manteros, si detectan uno, la policía exige facturas de procedencia del material, y si no las presenta, se le incauta todo. Y para reforzar aún más esta política de orden, otros municipios como Roses o El Vendrell incluso han contratado vigilancia privada durante la temporada alta, para mantener la tensión y no sobrecargar plantillas policiales que, en verano, no dan abasto.
Y lo más importante, la seguridad. No presencié robos, ni escuché casos. La sensación en la playa es de normalidad, tranquilidad y respeto. No hay miedo, no hay tensión. Y eso hoy en día, en una localidad costera en pleno julio, es mucho decir.
Platja d’Aro demuestra que, aunque no es fácil, sí es posible evitar que ciertos problemas se implanten. Sé que cuesta más erradicarlos cuando los tienes viviendo en tu municipio que impedir que entren, pero Platja d’Aro, es un ejemplo claro de que la prevención y la voluntad política funcionan. Otros destinos turísticos, especialmente aquellos que hoy sufren las consecuencias de años de permisividad, harían bien en mirar hacia aquí y tomar nota.





