Es casi imposible que a uno no se le despierte ningún sentimiento al pasear o andar en coche en pleno julio por núcleos turísticos tan paradigmáticos como s’Arenal, Colònia de Sant Jordi o el Port d’Alcúdia y ver una cantidad considerable de hoteles, supermercados y souvenirs cerrados y sin expectativa de abrirse hasta 2021, esto si la crisis no se los ha llevado por delante antes.
Una de las reflexiones que vienen a la mente ante tal desolador panorama, es si no sería ésta buena ocasión, la excusa perfecta, para emprender la reconversión turística o dedicar esfuerzos a diversificar y desestacionalizar la economía de Mallorca, una cuestión de la que siempre se habla pero que nunca entra en la agenda política.
De momento, todos los discursos que se escuchan son en el sentido de buscar herramientas jurídico-sociales y económicas que sirvan de red ante la caída cuando se entre en fase de depresión - escenario que todavía está por llegar pero que llegará- y que el menor número de empresas y empresarios/autónomos se vean abocados a realizar concursos de acreedores o EREs.
Por ahora, no hemos visto que se haya puesto negro sobre blanco, en el ámbito isleño, ningún plan efectivo para que nuestra economía deje de depender en un 70% del turismo, por lo que, ver tantos y tantos establecimientos estacionales cerrados en pleno verano no tiene nada de positivo se mire por donde se mire, porque no está sirviendo ni siquiera como punto de inflexión.
Los actuales ERTEs no son más que una operación de un maquillaje que en pocos meses empezará a chorrear. Cuando alcancemos el momento en que el Estado no tenga más recursos para afrontar los subsidios y la deuda pública sea insostenible, llegará la dura decisión que todos vislumbramos: una subida de impuestos que acarrea inherentemente la bajada del consumo y por consiguiente el aumento de la crisis en la práctica totalidad de los sectores.
Es por ello que pensar en los ERTEs es necesario, pero pensar sólo en los ERTEs es temerario.
