Prohens, entre líneas

Hay que reconocerlo: Marga Prohens ha aprendido a leer. No los informes económicos —que también—, sino la calle, ese misterioso texto colectivo que los políticos suelen confundir con el programa electoral de su partido. La presidenta balear ha pasado ya dos años al timón del archipiélago y, según sus propias cuentas, ha cumplido más del 90 % de lo prometido. Cifra mágica: ni tan perfecta como para parecer inventada, ni tan modesta como para sonar a autocrítica.

Su discurso de 88 minutos en el debate de política general fue un ejercicio de lectura “entre líneas”. En la superficie, el tono fue institucional, incluso templado; pero el subtexto, ¡ah, el subtexto!, parecía escrito con la pluma de un sociólogo de bar y un estratega electoral encerrados en el mismo cuerpo.

Prohens habla de “contención turística” sin ofender al turista, de “freno a la inmigración ilegal” sin necesidad de corear eslóganes, de “límites al crecimiento demográfico” con la serenidad de quien sabe que la mayoría social asentirá con la cabeza. Lo hace con una cadencia casi musical, como quien toca una partitura regionalista donde cada nota suena familiar, pero con un ritmo propio. Y en ese equilibrio radica su encanto.

Prohens enarbola un regionalismo moderado muy estudiado. Piensa en los jóvenes cuando toca hablar de bonificaciones fiscales y ayudas para el acceso a su primera vivienda, de facilitar el acceso al parque público de viviendas “para los de aquí” y le recuerda a VOX que la cuestión lingüística es una línea roja que no cruzará para no revivir el fantasma de un Bauzá que dejó al PP en un páramo electoral. Todo con un lenguaje cuidadosamente calibrado para no ofender a nadie y dejar sin banderas identitarias a sus adversarios. Todo ello desprende un sutil aroma a “cañellismo” en su versión 2.0.

Mientras tanto, en un esquina del hemiciclo VOX mastica su frustración como un niño al que le han quitado la piruleta verde de la inmigración y el PSIB hace lo propio desprovisto de la bandera del decrecimiento y la contención turística. Prohens ha logrado algo que parecía imposible: apropiarse del relato sin parecer extremista, hablar de fronteras sin levantar muros, y quedar como sensata mientras los demás discuten quién gritó primero. Si eso no es liderazgo, que venga Maquiavelo y lo explique.

Su discurso no fue tanto una rendición de cuentas como una declaración de estilo. Un recordatorio de que la política, al final, es una cuestión de tono: saber cuándo bajar la voz para que parezca que hablas en serio. Y entre líneas —si uno sabe leerlas—, Prohens escribió lo que toda presidenta que se precie anhela: que la historia de su legislatura sea leída, sobre todo, como una obra suya.

En un archipiélago acostumbrado a los vientos cambiantes, Marga Prohens ha logrado fijar su propio norte. Y aunque su brújula señale a veces al centro, a veces a la tradición y otras al pragmatismo más calculado, lo importante es que el rumbo parece suyo.

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