Esta semana tuve el privilegio de acudir a un pequeño taller de cocina con el maravilloso Santi Taura.
Lo pasamos realmente bien. En primer lugar, era un lunes, lo que hizo que la semana comenzara con fuerza y con un sabor especial. En segundo lugar, el carácter divertido y jocoso del majestuoso Santi Taura consiguió que las casi dos horas del taller se pasaran volando. Con su cercanía y pasión nos recordó la importancia de las cosas sencillas.
En la cocina, como en la vida, no siempre hace falta complicarse demasiado. A veces creemos que lo extraordinario está en técnicas complejas o ingredientes imposibles de conseguir, pero lo cierto es que lo cotidiano, si se hace con amor, se transforma en algo único. Un tomate maduro, un buen aceite de oliva o un trozo de pan recién hecho pueden convertirse en manjares cuando los tratamos con respeto y gratitud.
La experiencia de cocinar, sobre todo para quienes no somos expertos, nos conecta con un aprendizaje profundo: la paciencia. Cortar, sofreír, esperar a que el aroma se expanda por la cocina… todo requiere tiempo y atención. Y en un mundo en el que todo va tan deprisa, detenerse a preparar un plato sencillo puede ser un acto de auténtica rebeldía.
Porque, al final, somos lo que comemos, lo que leemos y lo que pensamos. Lo que ponemos en nuestro cuerpo es tan importante como lo que ponemos en nuestra mente y en nuestro corazón. Y la comida no solo alimenta, también cuenta historias: las de nuestras familias, nuestras tradiciones y nuestras raíces. Cada receta guarda memoria, y cada plato compartido es una forma de dar y recibir cariño.
Este taller me recordó que la cocina es también un espacio de encuentro. Reímos, probamos, nos equivocamos y volvimos a intentar. Como en la vida, nadie nace sabiendo. Se aprende practicando, arriesgándose y, sobre todo, disfrutando del proceso. Esa fue quizá la enseñanza más valiosa: cocinar no es una obligación, puede ser un juego, una aventura, una forma de meditación activa.
Y si, además, tienes la suerte de que un maestro como Santi Taura guíe tus primeros pasos, la experiencia se convierte en un auténtico regalo para los sentidos. Porque cuando alguien transmite su pasión, logra despertar la nuestra. Y esa chispa queda encendida mucho más allá de los fogones.
Por eso, esta semana quiero invitarte a mirar la cocina desde otra perspectiva: no como un espacio de prisas y obligaciones, sino como un lugar de conexión. Con uno mismo, con los demás y con lo esencial. Aunque seas principiante, atrévete a ponerte el delantal, a experimentar y, sobre todo, a disfrutar.
Porque, como me recordó este taller, la cocina es un reflejo de la vida: no hace falta ser un chef para saborearla, basta con tener ganas, sentido del humor y un poco de amor en cada paso.





