El Mallorca, el Real Mallorca, ha muerto oficialmente, puesto que oficiosamente ya lo había hecho tiempo atrás según he manifestado y demostrado continuamente en este espacio digital. Con el nombramiento, por otra parte coherente, de Andy Kohlberg como presidente y sin la menor huella de un mallorquín o mallorquinista en el consejo de administración, se ha consumado la desconexión de la sociedad balear después casi 102 años de historia. Mi amigo y colega Emilio Pérez de Rozas apuntaba no hace mucho la necesidad de una refundación. No queda otra si es que queda alguien con ganas e ilusión de resucitar el espíritu que impulsó la creación de este club, cuyo fuego se ha alimentado y avivado durante 23 lustros y 730 días.
No vale la pena recordar el engaño y las mentiras que Maheta Molango ha usado para encandilar a los desmemoriados y traidores. Tiren de memoria –”el presidente tiene que ser alguien de aquí, joven y que se implique en la parcela deportiva”- y regresen por un instante al escenario del Teatro Principal donde, para celebrar el centenario de la institución, se puso la primera piedra de la tragedia con la colaboración necesaria de determinados individuos con más solares que solera y abolengo rojillos. Galmés, Tugores, que ahí sigue, Reynés, Beltrán y demás figurantes y figureros ávidos por rellenar sus álbumes de fotos inservibles.
Tampoco me detendré a analizar los efectos de una presidencia instalada a 10.000 kilómetros de distancia. Ni me importa que haya un consejero inglés que vive en Pollença. Claassen también residía en Canyamel. Eso si, no olvido que entre todos lo mataron y él solito se murió porque ni un solo paisano de este pedazo de tierra que flota en el mar ha dado un paso para evitar la defunción y no hablo solamente de inversiones económicas.
Máximo respeto para los tres o cuatro mil espectadores que sigan acudiendo a Son Moix, pero sepan que no van a ver ni ayudar al equipo que amaron y conocieron, sino a contribuir a la especulación de un grupo de inversores a quienes su sentimiento importa un bledo. De mallorquinismo solamente se conserva el de un par de empleados a quienes no les queda otra que aguantar en su puesto y salvar su sueldo. Salvo aquel que aún trabaja gratis los días de partido.