Mariano Rajoy va a ceder la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez haciendo aquello que mejor se le da: nada. El de Lugo siempre creyó que, en momentos difíciles, lo más conveniente era estarse quieto, esperar a que escampase, a que el toro pasase de largo, como hacía el clásico Don Tancredo.
Y a buen seguro que esta estrategia le ha funcionado en bastantes ocasiones, pero lo cierto es que le ha fallado estrepitosamente en tres de las principales cuestiones que debía gestionar: Hallar un encaje estable a la relación del Estado con Cataluña, el cáncer de la corrupción de su partido y su propio relevo.
Rajoy no dimite porque se resiste a dejar a otro el liderazgo del Partido Popular, pues considera que éste es el último refugio digno para tratar de sobrevivir como jefe de la oposición a un gobierno que se promete inestable. La moción de censura le permite dejar de ser el principal blanco de los ataques políticos e, indudablemente, quita protagonismo a Rivera, el gran perjudicado por esta jugada y verdadero objetivo de todo el arco parlamentario.
Todos los partidos sin excepción han marcado posición en este envite teniendo a mano la calculadora y los estudios demoscópicos. El PNV, además de votos, cuenta euros, para seguir haciendo negocio con su 'desinteresada y leal' aportación a la cohesión de España.
Sánchez, que ni siquiera era diputado, quiere merendarse desde la jefatura del gobierno a un Pablo Iglesias todavía azorado por las consecuencias sociales de sus inversiones inmobiliarias y ganar tiempo para recrecer.
Pero, en realidad, todos ellos, incluyendo al PP, nacionalistas y podemitas miran de reojo a Ciudadanos y buscan con sus decisiones acotar el crecimiento de los naranjas, tratando de evitar que en las próximas elecciones la demoscopia se transforme en democracia.
La moción tiene, aun así, un innegable marchamo higiénico que ha servido de pretexto a la arriesgada iniciativa del PSOE. Gobernar con 84 diputados sin bajarse los pantalones a todas horas es complicado. Sánchez, vaivenes incluidos, es un constitucionalista, y su partido se sustenta en el voto de muchos españoles que no entenderían determinadas concesiones.
Para la política balear quizás sea la ocasión de ver a Francina Armengol preparando las próximas elecciones autonómicas desde una cartera ministerial. No es descartable que Sánchez quiera aprovechar de la inquera su -nuestra- proximidad sentimental y cultural con Cataluña.