Refrescantes helados orientales

Una de las mejores maneras de combatir el abrasador estío es para muchos tomar un helado, además de ir a la playa. Y si nos lo tomamos en ella, el peligro que corremos es su rápido derretimiento al estar expuesto a altas temperaturas. Pero a partir de ahora, gracias a los japoneses, no se van a derretir más porque un equipo de Investigación Bioterapéutico ha desarrollado una técnica con extracto de polifenoles que dificulta la separación del agua y el aceite y así, durante más tiempo se puede conservar la crema original.

Es verdad que el helado mantecoso o cremoso, al que se le añadió azúcar en su receta, se originó en Florencia en el año 1.500. Un siglo más tarde en Palermo (Sicilia), un tal Coltelli, introdujo los granizados e inventó la primera máquina mantecadora a hielo y sal, ya que se había comprobado que al agregar sal nitro en la nieve o en el hielo, la temperatura del agua bajaba hasta alcanzar el punto de congelación más rápidamente. Marco Polo extendió este método en sus viajes y lo perfeccionó un médico español en Roma. De ahí, los famosos helados italianos; aunque es sorprendente saber que los primeros helados se crearon a base de arroz cocido, leche, especias y nieve para solidificar; y ocurrió en China hace 4.000 años.

En Palma, a principios de los años 70 todavía se estilaba comprar este alimento nutritivo a los llamados “gelaters” o “poleros” que iban vestidos de blanco con una gorra redonda en la cabeza, paseando un carrito que en su interior contenía los polos de leche con sabor a vainilla, chocolate y fresa que costaban entre 1’20 y 2 pesetas según su tamaño, y por otro lado, los llamados polos de fantasía (limón, naranja, fresa, menta y plátano) que se vendían a 80 céntimos. Los niños perseguíamos a “Es Roig” que era el heladero de nuestro barrio y algunos subían sobre la rueda del carro porque su baja estatura no les permitía llegar a la altura de la vagoneta para elegir el delicioso y refrescante helado de la marca Camy (Nestlé)

En los pueblos, se hacía el helado casero en un recipiente de madera (bomba) que a la vez, en su interior, contenía un molde de hojalata que dejaba alrededor del borde un espacio vacío donde se ponía la barra de hielo y encima sal; dentro se vertía la leche preparada (leche fría previamente hervida con peladura de limón, azúcar y canela) y la almendra picada. Se procedía a tapar el molde y se tenía que ir rodando la manivela del recipiente que iba picando y fundiendo el hielo; al abrirlo, la elaboración del helado había terminado. Incluso en actos festivos -La Beata-, la bomba repleta de helado se obsequiaba como premio al ganador, que lo compartía con amigos y familiares.

Los polos y helados han cambiado de forma y sabor según las marcas y sus componentes, así hemos degustado almendrados, cucuruchos o conos, cortes o frigos, vasitos… Tantas variedades en el transcurso del tiempo nos hacen apreciar más los helados tradicionales artesanos, como los de ”Ca’n Joan de s’Aigo”. Esta horchatería y chocolatería mallorquina fue fundada en 1700 por el empresario del mismo nombre, que se dedicaba a reclutar hombres en invierno, para recoger nieve de la Serra de Tramuntana y guardarla en las denominadas “cases de neu” excavadas en las montañas y, de este modo poseer reserva de hielo en primavera y verano. La nieve se transportaba en forma de “pans de neu” y el agua formada por la fusión de los panes y mezclada con diferentes zumos y frutas se convertía en helado, hasta que en el siglo XIX el hielo se importaba desde Barcelona. Hoy en día, sus chocolates y helados de cava, frambuesa, melocotón y el clásico de almendra, acompañados de productos típicos mallorquines –ensaimadas y cuartos- hacen las delicias de turistas y residentes (antigua costumbre después de la misa del Corpus)

Hace apenas un mes nos dejó Miquel Solivellas, el heladero innovador en sabores desde el año 1979 -“Ca’n Miquel”-, que logró crear 92 variedades de helado, de ellas 24 de diferentes clases de chocolate siendo el jamaicano el producto estrella. Los más curiosos son los de sobrasada, ajo, setas, pimientos picantes, aceite de “trempó”…que se pueden utilizar como primeros o segundos platos. Una sabrosa creación para exigentes paladares dulces o salados.

Y no puedo terminar sin hacer alusión a otra isla, Cuba, y su famosa Heladería Coppelia en el barrio de El Vedado, La Habana. Nació de un proyecto dirigido por Fidel Castro, cuyo objetivo era producir más sabores de helado que las grandes marcas estadounidenses con la mejor maquinaria europea. Se abrió en 1966 pero adquirió más fama cuando se filmó en ella la conocida película cubana Fresa y Chocolate. Todo un referente mítico que se convierte en visita obligada y que me evoca el momentáneo sabor a felicidad.

El recorrido geográfico del helado llega a su fin, desde su origen en China hasta la conservación de su forma sin derretirse en Japón. ¡Y es que esos orientales…!

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