Hace apenas 75 años, unos salvajes vestidos por Hugo Boss montados en vehículos diseñados por Ferdinand Porsche arrasaron Europa, la ocuparon e impusieron su enloquecida ideología racista y asesina.
Una larga lista de países se vieron azotados, con la connivencia de sus líderes o sin ella, por la limpieza étnica e ideológica.
Judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y, en general, cualquiera que pudiera ser un “enemigo” del Reich o de sus aliados, fueron deportados a campos de concentración y asesinados por millones.
Tras varios años tratando de domeñar a Adolf Hitler con buenas palabras, acuerdos favorables y sumisos apretones de manos, las democracias occidentales, que habían abandonado a su suerte a nuestra IIª República para que Hitler no se enfadase, se dieron cuenta de que la libertad no es una baratija con la que se puede mercadear en bazares de ocasión.
La tardanza en decapitar al III Reich cuando se estuvo a tiempo, el intento de apaciguar a quien no quiere ser apaciguado, ser estúpidamente amistoso con quien quiere matarte, le costó al mundo una guerra con más de 50 millones de muertos (unos 23.000 muertos diarios durante 6 años, para que nos entendamos) entre militares y civiles y una Europa arrasada hasta sus cimientos.
Si en lugar de besuquearse con Hitler y con su corte de asesinos las potencias occidentales le hubieran plantado cara al monstruo desde el primer momento, quizás nos hubiéramos evitado la mayor hecatombe humana de la Historia.
Al hablar de “plantar cara”, parece necesario ser más explícito. Lo seré. Si cuando Hitler quemó el Reichstag, aprobó las leyes raciales contra los judíos y asesinó en masa a sus rivales políticos se hubieran enviado aviones, barcos, divisiones acorazadas y de infantería de las democracias occidentales a resolver el desvarío, hubiéramos evitado millones de muertos. No digo nada que no dijera en su momento Churchill, por lo que no soy original.
Ahora, tenemos a unos enloquecidos fascistas fanáticos religiosos que, bajo una bandera negra (hay que ver lo que les gusta el negro a los asesinos en serie), se dedican de forma organizada a violar y asesinar mujeres, a decapitar a rehenes ante las cámaras, a disparar en la cabeza a una niña que quiere estudiar, a reclutar a esclavas sexuales, a ametrallar a dibujantes en París y a mantener una guerra abierta en los territorios de Siria e Iraq bajo un supuesto Estado Islámico que pretende, entre otras cosas, reconquistar el Al-Ándalus.
No importa decir que este ejército de psicópatas no representa al Islam, igual que el Ku-Klux-Klan no representa ni al cristianismo ni a los hombres blancos.
Pero dicho esto, no cabe duda de que esta tropa de salvajes bien pertrechada, bien financiada y extraordinariamente motivada supone un reto político y militar creciente que ya amenaza nuestra seguridad.
¿Qué se puede negociar con alguien que pretende que las mujeres no tienen ningún valor más que su propio placer sexual? ¿Qué podemos acordar con alguien que ve necesario el exterminio de los “infieles”, es decir, el de todo el mundo menos el suyo? ¿Qué pactar con quien decapita a inocentes ante las cámaras, o ante quien ametralla por centenares a sus prisioneros?
En mi opinión no hay mucho que podamos hablar con esta gentuza. No digo que no haya que intentarlo, hasta el límite de nuestras fuerzas.
Pero por si acaso, recordemos lo que ya deberíamos haber aprendido hace décadas al tratar con sujetos de esta calaña. Si las palabras no bastan, habrá que emplear la fuerza. Y emplearla de forma contundente y desproporcionada.
Me quedo con el ejemplo de los dos españoles que, frente a la bandera de la IIª República, anunciaban que se habían alistado con los peshmergas kurdos para combatir a la “bestia fascista” de Estado Islámico.
Ya sé que puede parecer ridículo, arriesgado e inconsciente. Ya sé que muchos pensarán que ese no es el camino, y que las cosas no se hacen así, sin pensar en las consecuencias que eso pueda tener. Y estaré de acuerdo. Esos dos españoles no han escogido el camino adecuado y se ponen en peligro, y además lo hacen con una liturgia si quieren trasnochada.
Pero por ahora no veo que la alternativa del diálogo y del apaciguamiento nos esté sirviendo para mucho.
Por lo tanto, estaría bien que nos fuéramos preparando para tener alternativas viables por si las palabras no bastan. Por si finalmente tenemos que defender nuestras libertades por la fuerza. Desgraciadamente, no sería la primera vez. Desgraciadamente, tampoco será la última.