Un principio de luz

En la Navidad de 1990 compré un bellísimo poemario que, desde entonces, siempre ha formado parte de mi vida, del mismo modo en que también pueden acabar formando parte de nuestras vidas aquellos amigos verdaderos que están siempre a nuestro lado de manera incondicional.

Ese libro era Poesía Completa (Tusquets Editores), de Alfonso Costafreda, «uno de los poetas más importantes de su generación y tal vez el más ignorado de ellos», según apuntó de manera muy certera el también poeta Pere Rovira en el prólogo de dicha edición.

La generación a la que se refería Rovira era nada menos que la Generación del 50 —también llamada del medio siglo—, con nombres tan señeros como Ángel González, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez o José Ángel Valente, entre otros.

Cuando compré el poemario de Costafreda yo tenía ya 27 años, pero aún no había leído nada de él, así que me dejé llevar un poco por mi intuición para llevármelo a casa, tras haber hojeado brevemente el libro. Esa misma situación la había vivido ya varias veces desde la adolescencia, cuando adquiría libros de escritores y de escritoras que aún no conocía sólo por una especie de corazonada entre temeraria, sentimental y literaria.

Por suerte para mí y también para mi casi siempre depauperado bolsillo, esos pálpitos me acabarían saliendo bastante bien en la mayor parte de los casos. Y así sucedería igualmente con Costafreda, que me fascinó desde el primer momento por la claridad —y profundidad— con que exponía sus inquietudes, sus deseos o sus experiencias.

Los estudiosos de este gran poeta suelen destacar la raigambre existencialista de buena parte de su obra y la presencia casi constante de la muerte en ella, lo cual es totalmente cierto; sobre todo si, además, uno se atiene de modo estricto a su biografía, pues Costafreda se suicidaría en 1974, con apenas 47 años de edad.

Sin embargo, en sus poemas también es posible hallar a menudo palabras o conceptos como 'vida', 'amor', 'esperanza' y 'luz', una luz que a veces consigue abrirse paso entre la oscuridad, como esos rayos de sol que logran atravesar algunas nubes en un día completamente encapotado, dejándonos una imagen inesperadamente melancólica y, a la vez, muy hermosa y especial.

Al releer estos días su Poesía Completa, de algún modo me he vuelto a reencontrar con el joven que fui hace ya treinta y cinco años, en el fondo no tan diferente del adulto que soy hoy, salvo quizás por dos o tres detalles relacionados con el vigor, la memoria o la elasticidad.

En aquella época, cuando leía poemas que me gustaban mucho los enmarcaba siempre entre corchetes, con independencia de quién pudiera ser su autor. Y así lo hice también con muchos de los textos que aparecían en el libro de Costafreda, en el que llegué a enmarcar una treintena de poemas.

Uno de esos escritos estaba centrado en lo que sería el sentido último de la creación poética: «Desde pequeño soñé/ ser el poeta/ que explicase a los niños la historia de los pájaros;/ cómo en ellos se apasiona la vida,/ se adelgaza, se cumple,/ y en los cielos, ella misma se canta». Lo elegí entonces y lo elegiría también ahora porque aquel anhelo suyo personal me pareció una manera preciosa de describir lo que es o puede ser la labor de un poeta.

También volvería a elegir uno de sus poemas seguramente más tristes, en el que en apenas cuatro versos Costafreda presagiaba de una manera sobrecogedora lo que sucedería en su vida poco tiempo después: «Como una casa grande y despoblada/ se me ha llenado el corazón de frío./ La alegría y los sueños, la esperanza,/ con las primeras hojas ya se han ido./ Acaso ha de volver la primavera,/ no llegará su tiempo para el mío».

Pero si me pidieran que escogiera uno, sólo uno, creo que me decantaría por uno de sus últimos poemas de amor, en donde ya desde su primera estrofa la vida llamaba a la vida: «No sé de dónde vienen/ tu risa, tu alegría,/ en qué instante aprendiste/ a mirar frente a frente/ todo lo que tememos./ A mirarlo en los ojos/ como si nada hubiera/ que temer/ y tu mirada/ hubiese descubierto/ entre tanto desorden/ un principio de luz».

Este poema seguía con una segunda estrofa en esa misma dirección dulce y romántica: «Como si tú estuvieras/ al borde del misterio/ y nada sorprendiera/ tu fe/ y nos hablaras/ no de lo que estás viendo,/ sino de lo que sientes/ venir/ y entiendes tan fácilmente...». Y concluía: «Así entonces separas/ del terror su envoltura/ diaria/ y tu mano/ traza en la oscuridad/ un camino seguro».

Por ese camino seguro me ha llevado siempre la poesía de Alfonso Costafreda, una poesía en la que nunca dejé de hallar o de intuir, pese a todo, un principio de fulgor y de luz.

 

 

 

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2 respuestas

  1. A mi me impresionaron desde muy jovencito los poemas y canciones de José Ángel Buesa. Que se acrecientan cuando conoces a una de las mujeres de tu vida. Curiosamente los poemas de Buesa te parecen más hermosos.

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