Evidentemente, yo no soy Francisco.
Pasadas unas semanas después del execrable asesinato (que condeno de forma categórica, sin fisuras, como debe ser) de unas cuantas personas inocentes a manos de los sangrientos terroristas islamistas en París, no dejo de pensar en la fotografía de otros cuantos dirigentes mundiales tras una gran pancarta que rezaba “Je suis Charlie”, en plena manifestación de protesta por las calles de la capital gala.
Algunos comentarios: no todos se llamaban Charlie; si la memoria no me falla, alguno se llamaba Mariano o François o Ángela, o David o Mahmud o Benjamín o etc. No se, exactamente, a qué viene este cambio súbito de nombre, sobre todo entre personas que no comulgan ni han comulgado nunca con el credo editorial de la clásica revista “Charlie-Hebdó”. Ninguno de los líderes políticos universales ha sido jamás ni lector ni simple simpatizante de este semanario satírico basado en un humor agrio, provocativo e intelectualmente cruento; ejercen, sus periodistas, un tipo de sarcasmo salvaje, burdo y lleno de manchones. Vulgaridad y risotadas antes que sonrisas frente a una inteligente ironía. Pero estamos en Occidente y la libertad es un signo de fortaleza frente a la barbarie medieval y trasnochada de estos yihadistas del tres al cuarto.
En segundo lugar, entre esta nutrida representación de gobiernos mundiales se encuentran personas que –a través de la mayor hipocresía estatal nunca vista- trafican con armas; es decir, fabrican, compran y venden armamento bélico de primer orden y comercian y mercadean con los paises que financian una parte suculenta de las maléficas acciones que comete esta pandilla. “A Diós o Alá rogando y con el mazo dando”.
La frase que más me ha impactado después de los terribles atentados la pronunció, hace unos días, el Papa Francisco mientras viajaba a Filipinas en su avión vaticano: “A quién ofenda a mi madre, le puede caer un puñetazo”, dijo, más o menos, el Sumo Pontífice. A mi, por descontado, no se me ocurriría nunca llamarle hijoputa a nadie y menos al representante de la Iglesia – de cualquier religión- en el mundo; me parecería una grosería de muy mal gusto (como casi todas las groserías). A parte de ese factor, me lo pensaría dos veces teniendo en cuenta la envergadura física y la complexión atlética del heredero de San Pedro. Un puñetazo de Francisco podría resultar letal. Respecto a la lección moral que el papa pretende explicar al mundo, lo dejo para la valoración de cada uno. A Francisco se le entiende casi todo.
Finalizo remarcando una iteración: condeno y vuelvo a condenar cualquier asesinato, en el orden y ámbito que sea, religioso, político, personal, industrial, por celos, envidia, dinero o por simples ganas de matar. Por este motivo, en cada atentado que se sucede, procuro condenar mentalmente las prácticas del nazismo, franquismo, comunismo y tambien las actuales matanzas indiscriminadas del grupo Boko Haram en Nigeria y tantas otras. Y como colofón, acabo condenando el asesinato de mi abuelo Francesc en septiembre del 36 por uno u otro bando.
Un poco de sosiego, por favor.