Aire

El Tenerife ha conocido jornadas mucho mejores y el Mallorca, bastante superior, muchísimas de peores. Fue el único de los contendientes que, sobre todo en la segunda parte, buscó el triunfo; quizás por pura desesperación, si. El conjunto chicharrero se pasó los noventa y cuatro minutos de partido andando y especulando con la posibilidad de una acción aislada que tuvo en dos remates perezosos de Lozano, en el primer acto y la cabeza de Germán que no conectó con el cuero solo ante Timon. No lo mereció. Los locales gozaron de más y más claras oportunidades que habrían resuelto el desenlace antes de que el corazón de los aficionados estuviera al borde del colapso a falta de once minutos para firmar un empate que no favorecía a nadie. De ahí la sorpresa por el fútbol cansino, impreciso y carente de ambición que exhibieron los chicharreros de Martí.
El colchón que se ha abierto en relación a la décimo octava plaza de la tabla no es definitivo, pero vengo defendiendo que ha de resultar suficiente. Algún día Fernando Vázquez tendrá que explicar la causa de sus constantes variables, del vaivén de futbolistas que pasan del campo al banquillo o la grada y viceversa con una facilidad que únicamente se justifica por la flaqueza de un criterio que cambia como una veleta según la dirección del viento. Pero tampoco es el momento de profundizar en aguas turbias y la sensatez aconseja esperar a que se aclaren un poco. El aire generado en el terreno de juego de Son Moix ha de contribuir a despejar mayores dudas y ansiedad en un colectivo propenso a la depresión.
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