Reconozco que he aprovechado el privilegio que supone escribir en un medio opinando a veces de manera visceral ( aunque por eso se llama Opinión y por eso es libre). Como también forma parte de mi libertad dar una explicación, siempre y cuando me salga de los mismísimos.
Por ejemplo, me he metido mucho con Banksy. A mi el arte urbano no me gusta si está “consensuado”. En esta sociedad buenista ya no queda espacio para la protesta subversiva. Primero porque el falso buenismo no es otra cosa que la sociedad del Gran Hermano. Todo está controlado y vigilado y no existe espacio para lo insurrecto y contestatario, si no es de manera controlada y condescendiente y así demostrar que el Sistema es tolerante.
¿El artista urbano transmite un mensaje? Si en el siglo XXI no lo tiene, desde luego lo lleva claro. En el siglo XX se cambió el paradigma artístico de la belleza por el dichoso “mensaje”, convirtiendo el objetivo de crear belleza por el de transmitir una ideología, ya sea denunciando o ensalzando. El vulgo, acostumbrado a la irrupción del arte en la publicidad desde finales del XIX, lo entiende fácilmente y entonces llegamos a una de las definiciones (de las cientos que hay) de la llamada Cultura y si es de masas mejor.
Banksy es bueno en sus mensajes, la verdad. Escoge y desarrolla iconografías muy elementales pero poderosas. En eso demuestra su origen netamente publicitario y si no viene de la publicidad y la comunicación, debería dedicarse a ello, ¡que coño!.
¿Qué significa Consensuado?. Pues eso, permitido. Los ayuntamientos fueron muy listos. Cansados de tener que gastarse fortunas en limpieza de vagones de metro, fachadas y guardas de seguridad que no puede asegurar nada, “cedió” al artista urbano espacios para que pudiera desarrollar su trabajo de manera ordenadita e institucionalizada, es decir cobrando y dentro de un orden (mínimo conocimiento técnico, mensajes amables y orientados hacia los postulados políticos del partido que gobierna). Otro motivo y de eso no cabe duda fue embellecer cuando no, “cubrir” las miserias de su políticas municipales: Fachadas horrendas, puentes feísimos, edificios abandonados o ruinosos, barriadas conflictivas, etc.
Con esta medida, el munícipe también ha podido legislar y perseguir a vándalos o grafiteros compulsivos
Estos últimos si bien no son creativos con el diseño o no tienen la pericia deseada con el spray, al menos si lo son con el lenguaje y mensajes. Por ejemplo “Sara G…, es una guarra, los 100.000 hijos de San Luis no se equivocan” (lavabo de la UNED Jacinto Verdaguer, 2006); “Lolo, vas a cagar sangre y pus” (anden estación metro Fontanella, 2010); “Francina cura el covid con cubatas y menores” (La Soledad, Palma 2020); “Me gusta la Fruta” (c/Ferraz, Madrid, 2023). Esta dicotomía entre la creatividad visual y la semántica, también ha posibilitado que las universidades justifiquen materias insoldables como Ética y Estética, Filosofía de la Estética, Lectura Muraria y otras tantas asignaturas donde el artista frustrado se puede jubilar teorizando como académico.
Esta dicotomía entre la creatividad visual y la semántica, también ha posibilitado que las universidades justifiquen materias insoldables como Ética y Estética, Filosofía de la Estética, Lectura Muraria y otras tantas asignaturas donde el artista frustrado se puede jubilar teorizando como académico.
Mi inquina hacia Banksy o Robin Cunningham o Robert Banks, reconozco que ha sido por su autoconcepto de transgresor, manteniendo la gilipollez de su anonimato como si de Fantômas se tratase, y que ha elevado lo supuestamente subversivo a lo más alto del paroxismo cultureta surrealista.
Entiéndase lo que digo. A mi que un tipo no firme sus obras sediciosas para que no vengan los guardias y lo metan en galeras me parece bien, pero que un tipo que supuestamente pasa de todo, del capitalismo y la sociedad de consumo, pero que finalmente, no pasa de ni del capitalismo y se convierte en objeto de consumo, comercializa su obra, cobra el Droite de Suite en subastas y se querella porque le copian lo que pinta en la calle, a través de una sociedad pantalla (Pest Control Ltd.), lo que me parece es un jeta de mierda que quiere enriquecerse y no pagar impuestos.
Dicho esto, quede clara mi Opinión sobre el sobre valorado Banksy o Robin Cunningham o Robert Banks, como dicen ahora que se llama el tipo.
Seúl, donde la neurótica obsesión asiática por el orden dentro del capitalismo, se ha convertido en la capital mundial del Arte Callejero, allí se llama Arte Urbano. Las impolutas Zurich y Berna, la cívica Stavanger en Noruega, la sicótica Berlín ¡La misma Madrid, Vigo o Estepona!, son sólo ejemplos de las Guías Turísticas para apreciar Arte Urbano de calidad. ¿Se pierde la frescura de lo rebelde, revoltoso, agitación y protesta que es origen del Arte Callejero?. Para que engañarnos. Ahora se llama Urbano, el que paga manda y mañana a otra cosa…
Perderme por suburbios y barriadas conflictivas o túneles chungos, ya no suele entrar en mis planes viajeros. Ni soy la Madre Teresa ni tampoco Malinowski. Cuando era más joven quizás tenía cierta pulsión aventurera, pero entonces el grafiti era marginal de verdad.
La primera vez que vi en el Bronx de Nueva York los vagones de metro grafiteados en los 80, creí que era una iniciativa municipal. Me di cuenta que no ver el nombre de las estaciones por los cristales pintarrajeados era un problema… Otra vez me perdí por Cabrini Green en el Chicago de los 90 con mi cámara fotográfica. Volví a casa sin zapatos, ni cámara. Visité Saint Denis en Paris a principios del 2000 y me cagué en todo por no haber llevado conmigo a un legionario o dos. Sucumbí al encanto colorido de Kreuzberg en Berlín y entendí porque no se podía parar un taxi. Tampoco circulaban.
Hoy, la protesta, el inconformismo, la critica social y radicalidad está más “regulada”, por eso a Banksy o como se llame, ya no le veo puta la gracia.