Pocos poetas españoles como Luis García Montero han sabido reflejar o evocar tan bien, o con tanta magia, algunos momentos especialmente significativos de nuestras vidas cotidianas, de nuestro propio día a día.
Un atardecer de abril o de mayo, un día de lluvia, un encuentro con unos amigos, el recuerdo de un amor quizás ya lejano, la memoria de una ciudad o de las gentes que la habitan, o la imagen de un tren o de un barco que empiezan lentamente a partir al amanecer.
O también una lectura, una sensación, una emoción, una fragancia, una canción, una película o la belleza de un instante fugaz que, con razón o sin ella, creemos que muy posiblemente será ya irrepetible. Por eso, seguramente, nos gustan tanto todos esos momentos, y por eso, seguramente también, nos gustan de una manera tan especial los poemas de García Montero.
Este gran autor granadino publicó hace ya algunos años un libro excelente, Un invierno propio, que contaba con poemas tan hermosos como 'La tristeza del mar cabe en un vaso de agua' o como 'En cada lealtad hay un rumor de transparencia'.
En 'La tristeza del mar cabe en un vaso de agua', García Montero hablaba de «los hombres tristes», de aquellos hombres que, entre otras cosas, tienen en sus ojos un café de provincias, o se quedan sentados en su silla cuando la fiesta baila, o de pronto una noche se deshacen, o ven cómo se alejan las novias y los barcos.
«Esos hombres manchados por las últimas horas/ de la ocasión perdida,/ se parecen a mí», concluía el poema. Y tras leerlo, quienes también nos consideramos como más o menos manchados por esas últimas horas, o como más o menos tristes en otros instantes del día o de la noche, nos sentíamos un poco menos desamparados, un poco menos solos, y, a la vez, un poco más acompañados y también comprendidos en esos instantes.
En aquel libro, García Montero incidía también en la necesidad de intentar huir más que nunca de los dogmas, que son «las prisas de las ideas», y de intentar recuperar valores como la solidaridad, el respeto o el comportamiento ético, precisamente ahora, en unos momentos de profunda crisis a casi todos los niveles, y no sólo de carácter estrictamente económico.
Y todo ello, por supuesto, sin perder nunca de vista los sentimientos, los afectos, la amistad o el amor. Algo de todo ello se reflejaba, y además muy bien, en el segundo de los poemas citados, 'En cada lealtad hay un rumor de transparencia'.
«Yo he querido un respeto de cristal./ Que la lluvia viniese sobre mí/ con sus alas de tarde,/ que la noche difícil se moviera/ como un vaso de agua en nuestra mano,/ que las enamoradas/ buscasen un espejo donde sentir los labios,/ y que la historia/ con su tacón injusto/ no pisara mi vida,/ porque la lluvia y yo/ y las enamoradas y el espejo/ no somos partidarios de los cristales rotos», decía aquel poema.
En ese invierno propio de Luis García Montero, que también podíamos sentir como igualmente nuestro, no dejaba de haber nunca, pese a todo, calor, luz y esperanza.