Estos días pasados, millones de católicos de todo el mundo seguimos a través de la televisión los actos más relevantes celebrados en el Vaticano con motivo de la Semana Santa, que este año sabíamos que sería muy especial.
El Papa Francisco, aún convaleciente, no pudo oficiar la misa del Domingo de Ramos ni la del Domingo de Pascua, pero quiso estar físicamente presente en ambas celebraciones, para alegría de las miles de personas que había en la Plaza de San Pedro y también de las miles y miles de personas que nos encontrábamos algo más lejos.
El Domingo de Ramos, el Papa hizo su aparición una vez finalizada la misa, en silla de ruedas. Su aspecto físico nos pareció entonces bastante bueno, teniendo en cuenta que hacía apenas unas semanas que había padecido una fortísima neumonía bilateral, que, además, se había complicado con la aparición de otras delicadas dolencias.
Francisco incluso bromeó en varios momentos con los fieles con los que habló hace ocho días, haciendo gestos de que se encontraba «comme ci, comme ça» o «así, así», como diríamos en buen castellano o en buen lunfardo bonaerense.
Pese a su mejoría, sabíamos que el Papa no participaría ni en el Vía Crucis ni en la Vigilia Pascual, como así fue, aunque yo creo que, de algún modo, notamos implícitamente su acogedora presencia; o, mejor dicho, percibimos aún con más claridad en nuestro interior el poderoso influjo espiritual que estaba ejerciendo en nuestras vidas desde que fuera elegido Sumo Pontífice en 2013.
Quienes ya sobrepasamos hoy el medio siglo de edad, hemos conocido hasta ahora a cinco papas, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Todos ellos han dejado, sin duda, su propia impronta en la Iglesia y también en el mundo, pero seguramente ha sido Francisco el mitrado que muchos de nosotros hemos sentido más próximo, no sólo por su origen argentino, que también, sino sobre todo por sus recurrentes —y hoy más necesarios que nunca— llamamientos en favor de la justicia social, la libertad religiosa o de pensamiento y la paz.
La necesidad de encontrar la paz en Oriente Medio y en otros enclaves fue, precisamente, uno de los dos ejes del mensaje pascual escrito hace unos días por el Papa, que fue leído este Domingo de Pascua por monseñor Diego Ravelli. El otro gran eje de ese mensaje incidía en la confianza que deberíamos de tener siempre los cristianos en el dogma de que Jesús efectivamente resucitó.
«El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día», dijo monseñor Ravelli.
A su lado se encontraba el Papa Francisco, quien instantes después dio, un año más, la tradicional bendición 'Urbi et Orbi'. Le notamos muy fatigado, con la voz muy débil, y le vimos de nuevo en silla de ruedas, pero aun así tuvo el hermoso gesto, pasados unos minutos, de subir al papamóvil y saludar con delicadeza a los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
Ese gesto inesperado nos hizo concebir esperanzas de que, tal vez, Francisco podría continuar adelante, poco a poco, con su progresiva recuperación. Pero esta madrugada, tristemente, nos llegaba a todos la noticia de su fallecimiento, por lo que su bendición 'Urbi et Orbi' puede ser entendida también ahora como un último acto de amor hacia nosotros, «para bendecirnos a todos y después marcharse», como afirmó hoy sentidamente una buena amiga.
Su muerte tiene, además, un simbolismo involuntario muy especial, por haberse producido en el último tramo de la Semana Santa, en donde cobra todo su sentido el misterio supremo de la muerte y la resurrección del Hijo de Dios, y quizás también de todos nosotros.
En las últimas horas, se han publicado ya los primeros artículos de opinión en recuerdo de Jorge Bergoglio. El que más me ha emocionado ha sido uno del maestro Pedro García Cuartango que ha aparecido este mismo lunes en ABC. Cuartango se define siempre como agnóstico y por ello mismo creo que sus palabras tienen hoy un valor añadido muy relevante. «Descanse en paz este Papa, que afirmó que al mundo de hoy le falta llorar», en el sentido de que vivimos en un mundo mayoritariamente poco compasivo y misericordioso. Y concluía Cuartango, con profundo respeto y admiración: «Él lloró por todos nosotros».
Un comentario
Siento mucho la muerte del Papa Francisco, especialmente después de haber pasado más de 40 días gravemente enfermo en el hospital, seguramente con mucho sufrimiento. Dicho lo cual, a mí su figura como Jefe de la Iglesia Católica, no me ha gustado ni convencido. Si un Papa es alabado por Pedro Sánchez, por Yolanda Díaz, por Carmena, por la tropa de Podemos, por Putin y por Maduro, entre otros santos, saquen ustedes sus propias conclusiones acerca de su pontificado. Personalmente preferiría que el próximo Papa tenga la fuerza de San Juan Pablo II y la inteligencia y lucidez de Benedicto XVI.