Otro de los falsos mitos a combatir es la “leyenda negra” de la Hispanidad, promovido por todos los enemigos de España. En conferencia pronunciada este año en Palma, el historiador argentino Marcelo Gullo defendió que "España no conquistó América, sino que liberó América”. Contó que Hernán Cortés llegó a México con setecientos soldados y escasos caballos, y aglutinó a cien naciones indígenas oprimidas por la tiranía antropófaga de los aztecas de Moctezuma, que les exigían sacrificios humanos y se comían los cadáveres sacrificados. Luego España fomentó centenares de hospitales, colegios, universidades, ciudades y edificios monumentales, la mayoría hoy declarados Patrimonio de la Humanidad (algo que nunca hicieron los colonizadores ingleses, franceses, portugueses, holandeses o belgas) porque consideró las tierras americanas como provincias del propio país, concediendo a sus habitantes los mismos derechos que los ciudadanos metropolitanos, y promovió matrimonios interraciales.
Ello explica que, durante las “guerras de independencia hispanoamericanas”, las masas indígenas fueran fieles a la monarquía española y contrarias a Simón Bolívar -el supuesto “Libertador”-, y combatieran por España incluso después de que Chile y Perú se declarasen independientes. Y en cuanto a Bolívar, pese a la romántica visión que dio Gabriel García Márquez en “El general y su laberinto”, se conoce una demoledora carta escrita el 14 de febrero de 1858 por Karl Marx a su correligionario Friedrich Engels, en la que el creador del marxismo describía a Bolívar como un personaje “aborrecible, cobarde, brutal y miserable, incapaz de todo esfuerzo de largo aliento, cuya dictadura pronto degeneró en una anarquía militar”. Pero la izquierda latinoamericana convirtió a ese descendiente de aristócratas españoles, propietario de esclavos, depredador de mujeres y resentido contra su país de origen, en el líder que los desfavorecidos necesitaban para huir de su mísera realidad. Hugo Chávez llegó en 2010 a desenterrar su esqueleto y reconstruir digitalmente su cara añadiéndole rasgos mestizos para alejarle de la nobleza criolla y que pareciera “uno de los suyos”.
La Transición española a la democracia constituye otro elemento importante a reivindicar en la necesaria batalla cultural. Tras la muerte de Francisco Franco, a finales de 1975, el régimen había promulgado un sistema legal para tratar de garantizar su continuidad bajo el mandato del Rey Juan Carlos I. Pero en la sociedad existía un ansia generalizada de cambio político y social de manera pacífica. Franco había nombrado a Juan Carlos como “sucesor a título de Rey”, pero éste pronto hizo derivar la sucesión hacia una verdadera monarquía constitucional. Con la ayuda de políticos de gran talla como Adolfo Suárez (presidente del Gobierno) o Torcuato Fernández-Miranda (presidente de las Cortes franquistas), comenzaron unas reformas fundamentales para desmantelar las estructuras de la dictadura y consumar una plena transición a la democracia sin conflictos políticos ni violencia social.
En Cataluña también han falseado la historia de sus "libertadores" Rafael Casanova, Lluís Companys o Jordi Pujol
Para ello fue esencial el papel de los viejos herederos del régimen republicano, en especial de Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, y de Marcelino Camacho, viejo sindicalista líder de Comisiones Obreras. También los dirigentes del PSOE Felipe González y Alfonso Guerra prestaron una leal colaboración, como también hizo después Josep Tarradellas, último presidente exiliado de la Generalitat catalana republicana. Con generosidad, visión de futuro, cesiones ideológicas y pragmatismo político, España dio al mundo una lección de cómo salir pacíficamente de una dictadura. Todos olvidaron los odios y rencores de las épocas republicana y de la Guerra Civil, y trabajaron juntos para consolidar una democracia moderna que, pese a las amenazas de ETA y algún intento golpista de un ejército que tuvo que acometer su propia transición, se mantuvo de forma admirable hasta la llegada de Zapatero al poder.
Es importante explicar también el papel de los nacionalismos periféricos en la historia reciente de España, y su creciente deslealtad con un sistema autonómico que se organizó para que pudieran tener el mejor encaje y las mayores ventajas posibles. En Cataluña también han falseado la historia de sus Libertadores Rafael Casanova, Lluís Companys o Jordi Pujol. El primero, hoy convertido en icono del nacionalismo catalán a quien los políticos independentistas dejan flores en su estatua anualmente en la celebración de la Diada, era Conseller en Cap de Barcelona durante el asedio de las tropas borbónicas de Felipe V en el año 1714. Tras ser mitificado desde la década de los 80, estudios históricos recientes firmados por Henry Kamen, Pedro Insua o Jesús Laínz, corroborados por documentos originales y por las declaraciones de su descendiente Pilar Paloma Casanova, han demostrado que Casanova fue partidario del Archiduque Carlos (el pretendiente austriaco al trono de España) y nunca del independentismo catalán, que la Guerra de Sucesión no fue una guerra de Cataluña contra España, y que Casanova dejó además profesión escrita y firmada de su amor por la patria española. Tras perder la Guerra de Sucesión, huyó de Barcelona vestido de monje, volvió en 1719 tras ser amnistiado y vivió 32 años más ejerciendo de abogado y sintiéndose completamente español. Todos ellos hechos históricos que el independentismo catalán oculta de forma vergonzante.
Por su parte Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la Guerra Civil española, otro supuesto prócer de la libertad de Cataluña al que su fusilamiento en 1940 convirtió en un mártir para la causa independentista, fue responsable del asesinato de 8129 ciudadanos catalanes por motivos ideológicos y religiosos. Companys organizó un criminal régimen de terror contra toda persona acusada de ser de derechas, católica o propietaria de empresas o bienes destacados en Catalunya, a quienes se fusiló de forma inmisericorde sin ningún juicio previo durante su mandato.
Su moderno sucesor Jordi Pujol, cabeza de una familia numerosa que ha adquirido notoriedad por estar todos procesados por graves delitos económicos, dirigió un sistema administrativo de saqueo -enmascarado bajo una supuesta construcción nacional catalana- para llevarse durante varias décadas el tres per cent de las adjudicaciones de obras y servicios públicos de la Generalitat. Y ambos ex Presidentes, hoy notorios delincuentes, han sido santificados como padres de la patria ante millones de catalanes que idolatran sus inventadas figuras de cartón piedra.