La vida sexual de los políticos

En contra de lo que pueda pensar hoy un joven veinteañero que lea a diario la prensa, en este país la vida sexual de los políticos ha suscitado nulo interés en los medios de comunicación. Por una suerte de acuerdo tácito del periodismo, la actividad testicular y vaginal de nuestros representantes públicos ha sido tratada con suma discreción, cuando no directamente obviada. Y está bien que sea así. Este pacto se ha roto en contadas ocasiones, y siempre que concurría algunas de estas dos circunstancias: la primera, que la vida privada del político entrara en flagrante contradicción con lo que predicaba en términos ideológicos, o incluso religiosos. Por ejemplo, un político que defendiera la importancia de la familia tradicional, y después se paseara en público con sus amantes; uno que mantuviera un discurso homófobo y que al mismo tiempo frecuentara saunas gays; o uno que defendiera prohibir la prostitución y al salir del Congreso se fuera de putas.

La segunda circunstancia es aún más sencilla de explicar. Se refiere al hecho de pagar con dinero público las correrías sexuales. Puede suceder que concurran las dos circunstancias en un mismo sujeto. Fue el caso de Rodrigo de Santos, un político ultracatólico, homosexual, y que tiraba de la visa del Ayuntamiento de Palma a altas horas de la madrugada. Ya digo que no hemos conocido muchos casos similares en cincuenta años de democracia y prensa libre. En este sentido, en España nos hemos alejado del puritanismo estadounidense, que ha tumbado candidatos presidenciales al descubrirles una aventura extraconyugal del pasado, para acercarnos más al modelo francés de respeto por la privacidad, con presidentes de la Quinta República manteniendo hijos concebidos fuera del matrimonio.

Me considero un defensor a ultranza del modelo francés. La ejemplaridad de la vida privada no me parece una condición necesaria para ser un buen político. Es más, ni siquiera pienso que añada demasiados puntos a su valoración. Para empezar, porque habría que ponerse de acuerdo en qué es una vida ejemplar. Insisto en que sólo me parecen exigibles dos puntos: la coherencia, y que los polvos no se financien con dinero del contribuyente. Cuando escucho a gente deL PSOE decir que los whatsapps entre Sánchez y Ábalos no tienen interés público y que pertenecen a su intimidad (la del presidente, se entiende, porque Ábalos hace tiempo que la perdió, y nadie protestó), se me cae la cara de vergüenza. Me voy a explicar con un ejemplo muy concreto.

Francisco Álvarez-Cascos fue ministro de Fomento en la segunda legislatura de José María Aznar como presidente, y secretario general del PP durante diez años. Se ha casado y divorciado en tres ocasiones, y muchas jóvenes de Nuevas Generaciones de principios de los noventa recordarán su carácter “cariñoso”. De hecho, en 1996 se casó con una de ellas. Pues bien, ahora imaginen que al ínclito Álvarez-Cascos le hubiera dado por pasearse en los viajes oficiales con una escort, además contratada en una empresa pública. Imaginen que a Cascos se hubiera ido la pinza y destrozara varias habitaciones de hotel, o peor, de un parador nacional, que así la información llega más rápido a Moncloa. Por último, a Aznar le advierten desde la sede de Génova de que los gastos de representación del secretario general del partido llevan meses disparados.

Imaginen que Aznar le llama a su despacho, y le comunica su cese como ministro y como número dos del PP. Cascos le pregunta el motivo, y Aznar le responde: “Paco, tú ya sabes el motivo”. La cosa es tan chunga que la primera mujer de Cascos, o la segunda, o las dos, han llamado a Ana Botella para ponerle al día de la vida disoluta de su ex. Y Ana, claro, se lo cuenta a Jose (Aznar). Por las mismas fechas, el diario El País comienza a publicar informaciones contrastadas sobre algunas acompañantes de Cascos, sobre sus contratos en empresas públicas, y sobre fiestas salvajes en establecimientos hoteleros. O sea, que el problema deja de ser un asunto entre el CNI y Aznar, y pasa a ser, al menos en parte, de dominio público.

Pero Aznar, en el fondo, es un hombre sentimental, y pasados unos meses le escribe un SMS a Paco (Cascos) para decirle que le echa de menos. Recuperan el contacto, y Aznar incluye a Cascos en las siguientes listas electorales al Congreso, y además le premia con la presidencia de una comisión. Lo hace a sabiendas del tipo de vida que llevaba su exministro, y, sobre todo, de cómo se financiaba esa vida con fondos públicos. Cuando se publican esos mensajes, salen Javier Arenas, el sucesor de Cascos en la Secretaría General del PP, y Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, para decir que se está violando la intimidad de Aznar.

Hasta aquí la fábula, y que cada uno saque sus conclusiones. Se puede ser de izquierdas o de derechas, faltaría más. Lo que no se puede es tragar con todo y mantener un mínimo de honestidad intelectual. Lo peor de hacerte el idiota es que, a menudo, es necesario tomar por idiotas a todos los demás.

José Manuel Barquero

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