Ustedes lo habrán visto en innumerables ocasiones, estoy seguro, pero quizás no se hayan dado cuenta lo suficiente como para fijarlo en sus mentes; se trata de imágenes televisivas: siempre que en la pequeña pantalla (actualmente, algunas ya no son tan pequeñas) aparece un político – de cualquier raza, religión o ideología (si la hubiera)- que se ve atrapado por unas cámaras de televisión en un espacio de tránsito, sea en la calle o bien en alguno de los pasillos de un parlamento, congreso, senado o sede de un partido o coalición, y se ve obligado – pero con unas ganas feroces- a detenerse en su recorrido y realizar ciertas declaraciones ante la prensa, ávida, en todo momento, de noticiones de envergadura (sobre todo cuando se trata de destripar algún contrincante o de lanzar improperios contra alguna formación que no sea la suya propia, claro, siempre, repito siempre, el tal profesional de la política está rodeado o bien de correligionarios o bien de simpatizantes.
Las cámaras de televisión nunca ofrecen imágenes solitarias del personaje en cuestión; en ocasiones, a causa del propio ego enorme o del morro de grosor incuestionable del político, que impiden que el plano sea lo suficientemente cerrado como para poderlo captar a él solito en solitario, si se me permite la flagrante redundancia. Así que cuando el “rey del mambo” de turno ofrece sus brillantes retóricas a los periodistas (también de turno) lo que el espectador percibe es una imagen de un hombre con sus acompañantes al lado o, mejor dicho, con sus acólitos y acolitas junto a él.
Si se fijan bien (y ahora, con mis indicaciones no tendrán excusas) a cada palabra (“petardo” en el argot periodístico) que suelta el protagonista, sus “amiguetes” mueven las cabecitas, a modo de coro, en vertical – si se trata de frases con un cierto valor positivo (para él, claro)- o bien en horizontal – si los pensamientos orales del insigne prohombre de la cosa pública niegan otros pensamientos orales de sus contrincantes.
El ejercicio que les propongo es sumamente gratificante; se parece mucho a los antiguos teatros de guiñol cuando el demonio o el rey lanzaban cuatro diatribas contra los demás y el público infantil asentía o pataleaba al orador de madera manejado desde sus entrañas con pasión y vehemencia.
Lo que les estoy relatando, una nimiedad, por supuesto, sucede también en los escaños de sus señorías y en los mítines frente al populacho enfervorizado; en ambos casos, los movimientos de cabeza de sus compañeros de fila van acompañados de gritos espeluznantes, risotadas de órdago o abucheos masivos, cosa que le da al asunto mucho mayor relieve amén de un sustancioso aumento de la audiencia.
En cualquier caso – y si ustedes toleran y disculpan mi poca destreza en la enumeración de los hechos descritos- no deja de ser un comportamiento sorprendente a la par que curioso, observar a los nuevos “famosos” de la política (vieja o emergente) actuar de manera coral y, a la vez, otear a sus acompañantes con el “modo corrillo” en sus venas.
Por cierto, no les vendría mal a toda esta tropa un cursillo de espiritismo y heterodoxia mental… por pura higiene tambien mental (y perdonen ustedes la repe…)





