El 7 de octubre de 2023

El pasado domingo coincidí con mi buen amigo Miquel Segura en la Plaça Major, en la conmemoración del 334 aniversario del ajusticiamiento de 37 chuetas mallorquines —descendientes de judíos conversos—, que fueron ejecutados en 1691 en la Plaça Gomila de Palma a causa de su fe y de sus ideas judeizantes.

Tras hablar ambos brevemente, le prometí a Miquel que le dedicaría mi artículo de este sábado, tanto porque me había gustado mucho su intervención en el citado acto de homenaje como porque sentía deseos de rememorar brevemente el itinerario de nuestra sólida y afectuosa amistad, que nació hace ya un cuarto de siglo.

Conocí personalmente a Miquel en la redacción de Última Hora a mediados del año 2000, aunque le leía desde mucho antes, porque le consideraba —y le considero— un excelente columnista y escritor.

Yo me había incorporado como colaborador en dicho diario unos pocos meses antes, gracias a la confianza que depositó en mí su entonces director, Pere Comas, una buena persona con la que siempre estaré en deuda, pues él me dio mi primera oportunidad en el mundo del periodismo, a pesar de que en aquellas fechas yo tenía ya 36 años y jamás había publicado antes en ningún diario.

Pere fue siempre como una especie de figura paterna para mí. Mi padre, Juan Aguiló Forteza, había fallecido en 1982, cuando yo era aún un adolescente, y creo que en cierta forma viví algo perdido en los años inmediatamente posteriores, hasta que empecé a asentarme luego poco a poco; muy poco a poco, en realidad.

Mi padre había nacido en Sa Pobla, de donde también es originario Miquel, y era chueta, al igual que él mismo. Estos dos hechos y la simpatía mutua que sentimos los dos desde que empezamos a hablar hizo que Miquel pasase a ser para mí como un tercer padre, de manera más o menos coordinada con Pere.

En 2003, Miquel me cedería la corresponsalía balear de ABC —el diario nacional en el que siempre había soñado escribir— y un año después redactaría el prólogo de mi primer libro, Crónicas tristes de la ciudad de Palma. Sus gestos cariñosos hacía mí se mantendrían siempre inalterables, con independencia del paso del tiempo, que casi nunca es un buen aliado.

Hace unos meses, Miquel me dedicó un bellísimo artículo en Última Hora, 'Encuentro casi milagroso', cuyo título es literalmente ajustado a la realidad. Otra cosa totalmente cierta es que nuestra amistad nunca se ha visto empañada por nada, ni siquiera por la política, lo cual podríamos decir que es también casi milagroso, sobre todo en un país como el nuestro.

Nuestras posibles discrepancias ideológicas en determinadas cuestiones o nuestra distinta visión de lo que está sucediendo desde hace meses en Gaza —una tragedia de la que hablé en Mis raíces judías—, servirían para demostrar la plena validez aun hoy del viejo aserto que dice «dos judíos, tres opiniones».

La posición que mantenemos Miquel y yo con respecto a las actuaciones militares en Gaza del actual Ejecutivo de Israel, que preside Benjamin Netanyahu, son seguramente bastante divergentes, pero los dos coincidimos en lo esencial: recordar que el origen de la actual situación se debe al ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023 en territorio israelí, con un saldo de unas 1.200 víctimas mortales, la práctica totalidad de ellas civiles. Hamás también secuestró aquella noche a un total de 251 ciudadanos israelíes durante su incursión criminal.

Si ese ataque no se hubiera producido, estoy absolutamente seguro de que todo lo que ha venido después jamás habría tenido lugar, incluida la muerte de miles de palestinos inocentes, la práctica totalidad de ellos civiles también. Aun así, es igualmente cierto que un horror no justifica ni valida nunca ningún otro horror. Nunca.

En ese sentido, el empleo del término 'genocidio' me parece muy ajustado en relación a la realidad de lo que está pasando ahora mismo en Gaza, una masacre por la que Netanyahu deberá quizás rendir cuentas ante los tribunales algún día. Pero es sólo mi opinión, y por ello, no haría falta decirlo, sujeta a poder ser compartida, cuestionada o rebatida en parte o por completo.

Tal vez por mis orígenes chuetas o quizás también por mi formación académica en Filosofía, siempre he pensado que es bueno dudar de todo, o de casi todo; incluso a veces de lo que pueda pensar o creer uno mismo.

Mucho se ha dicho o se ha escrito ya sobre el actual conflicto en Oriente Medio, si bien últimamente tal vez con más intensidad, acusándonos a los chuetas o a los judíos de todo el mundo de guardar silencio —un silencio cómplice— con respecto a las atrocidades que se están viviendo hoy en Gaza. Yo no lo percibo así, sino más bien al contrario.

En la mayoría de artículos y de declaraciones públicas de personas de origen judío es constante la condena o, como mínimo, el rechazo por la muerte de civiles palestinos, más allá de lo que dichas personas puedan pensar o no de Netanyahu.

En cambio, la práctica totalidad de quienes nos acusan por nuestro supuesto silencio, muy rara vez —por no decir nunca— hacen referencia en sus escritos o en sus charlas a la matanza indiscriminada previa del 7 de octubre de 2023. Esa ha sido la principal razón por la que al final le he cambiado el título al artículo de hoy, que en principio iba a ser 'Mi buen amigo Miquel', un cambio que estoy seguro que él comprenderá.

No sé si alguna vez Miquel y yo llegamos a hablar de una película que a mí me gusta mucho, la magistral Múnich, de Steven Spielberg. Este filme trata, esencialmente, sobre la actuación del comando secreto que se creó en Israel para vengar el asesinato de once atletas judíos por parte del grupo terrorista palestino Septiembre Negro en los Juegos Olímpicos de 1972. Recuerdo bien aquella tragedia, porque aquel verano yo tenía ya nueve años de edad y porque, además, pudimos seguirla con detalle en todo el mundo a través de la televisión.

Los miembros de citado comando del Mossad debían matar a los responsables intelectuales del ataque terrorista de Múnich, algo que hicieron, si bien tanto entonces como en los años posteriores se sucedieron numerosas muertes de árabes y judíos, en una escalada sangrienta que parecía no tener fin. Y es posible que quizás, en el fondo, continúe siendo así aun hoy, más de cinco décadas después.

En Múnich, uno de los integrantes del Mossad decide abandonar al poco tiempo la misión que les había sido encomendada. «Toda esa sangre recae en nosotros. Somos judíos, Avner. No hacemos el mal porque nuestros enemigos lo hagan», le dice ese joven disidente al líder del grupo, para concluir entre lágrimas: «Soportar el odio durante miles de años no te hace decente. Pero se supone que somos justos. Y eso es hermoso. Eso es judío. Eso es lo que me enseñaron. Ahora lo estoy perdiendo, y si pierdo eso... Eso lo es todo, es mi alma».

Esa es también nuestra alma, la de los chuetas mallorquines, la que no debemos de perder nunca. Esa es también la compasiva alma de mi buen y querido amigo Miquel Segura.

 

 

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