La mayoría de la población ucraniana es cristiana ortodoxa y, como tal, tradicionalmente celebra la Navidad según el calendario juliano, el siete de enero, pero también la comunidad greco-católica, que supone alrededor del 10 % de la población, lo hace en dicha fecha. Solo los católicos latinos ucranianos, una minoría de origen sobre todo polaco, sigue el calendario gregoriano común a la inmensa mayoría de la iglesia católica y conmemora el natalicio de Jesús el 25 de diciembre.
Este año sin embargo, después de la invasión rusa de Ucrania y la criminal agresión a la población e infraestructuras civiles, se han producido cambios significativos que reflejan el creciente desapego de los ucranianos de la cultura y tradiciones rusas y su acercamiento hacia Europa. Muchos ucranianos, con independencia de su religión, han celebrado la Navidad este 25 de diciembre, lo que no implica que no lo hagan también el próximo 7 de enero y han manifestado su voluntad de acercarse a Europa y distanciarse de Rusia. Incluso en el parlamento ucraniano hay un proyecto de ley para hacer festivo el 25 de diciembre además del 7 de enero tradicional.
La infamia de la agresión rusa no cesa. El 25 de diciembre ha habido al menos 18 víctimas civiles ucranianas, la mayoría en Jersón, en ataques indiscriminados con misiles, que también han afectado a infraestructuras eléctricas, que es la estrategia de castigo y desmoralización de la población civil que persigue el Kremlin. No parece sin embargo que vaya a conseguir sus objetivos. Las imágenes de los ciudadanos de Kiev cantando villancicos en el metro de Kiev, utilizado como refugio mientras sonaban las sirenas de alerta de ataque con misiles, repetidas en muchas otras ciudades ucranianas, son una demostración de la voluntad indestructible de los ciudadanos de Ucrania de mantener su independencia frente a las aspiraciones rusas de anexión y absorción. Una de las consecuencias más tangibles, sino la que más, de la invasión rusa, ha sido la afirmación de la inmensa mayoría de los ucranianos en su identidad nacional diferenciada de los rusos y en su voluntad de integrarse en Europa y alejarse de la órbita rusa. Dado que la invasión pretendía exactamente lo contrario, podría decirse que a Putin le ha salido el tiro por la culata, los “pueblos hermanos” han pasado a ser, como mucho, “hemanastros” y mal avenidos y todo ello es de la entera y única responsabilidad de Vladímir Putin y su camarilla de rusos ultranacionalistas imperialistas y no valen los argumentos del engaño de occidente a Gorbachov y la expansión de la OTAN hacia el este, que sí es cierto en parte, pero no vale para el caso ucraniano. No había ningún plan ni voluntad de integrar a Ucrania en la organización atlántica, sí un deseo por parte ucraniana, pero sin horizonte concreto.
La invasión de Ucrania se produce por el deseo indisimulado de Putin y el imperialismo ruso de expandir sus fronteras y recuperar el máximo territorio posible de la antigua Unión Soviética. Después de Ucrania, Moldavia, donde ya tiene miles de soldados y armamento en la región rebelde de Transnistria y en Kazajstán, el presidente Tokáev, teóricamente prorruso, no está nada tranquilo, teniendo en cuenta que el noroeste del país cuenta con una mayoría de población étnicamente rusa y el cosmódromo de Baikonur, “de facto” bajo estricto control ruso.
El problema definitivo se crearía si Putin decidiera atacar los países bálticos, que están también en el punto de mira del nacionalismo ruso, sobre todo Estonia y Letonia, con importantes minorías rusas, dado que son miembros de la OTAN y un ataque contra ellos obligaría a una respuesta conjunta de toda la alianza, lo que conduciría a un más que probable conflicto nuclear de consecuencias catastróficas para todos.
En fin, las perspectivas para el 2023 no son muy halagüeñas en lo que al conflicto ucraniano se refiere, preveyéndose una larga guerra de posiciones y desgaste, que no hay manera de saber a dónde conducirá finalmente.
A pesar de todo, felices fiestas a todos.