Durante décadas, las rebajas fueron una auténtica fiesta del comercio. Dos momentos señalados en el calendario, después de Reyes y a partir del 1 de agosto, marcaban el inicio de una cuenta atrás que los consumidores esperaban con ilusión. Era tradición ver colas frente a las tiendas, gente revisando escaparates los días previos, esperando encontrar ese artículo que, en su precio original, no se podían permitir… pero que, con algo de suerte, podían conseguir rebajado. Era casi una liturgia, una experiencia compartida que unía a comerciantes y clientes.
Lo que antes era una tradición esperada y compartida, hoy se ha convertido en una selva de promociones confusas. El concepto tradicional de las rebajas está completamente desvirtuado. Quien quiera hacer descuentos, que los haga, pero el uso del término rebajas debería reservarse para un periodo concreto, en el que todos juguemos con las mismas reglas.
Muchas consumidoras, especialmente las más habituales y fieles, lo comentan con decepción, “suben los precios justo antes y luego los bajan como si fuera una ganga”. Algunas firmas, de hecho, han elevado de forma desproporcionada el coste de sus productos en los últimos años, y lo que presentan como “rebajas” termina siendo un simple ajuste que deja al cliente con la sensación de haber sido engañado. Se anuncian descuentos del 20%, pero sobre precios previamente inflados, y lo que antes era un gesto de fidelización ahora genera desconfianza.
A esto se suma el aumento generalizado y descontrolado de los precios en muchos sectores. Quienes compran con regularidad lo notan, y lo comentan. La ilusión de “cazar una oportunidad” se pierde si el consumidor ya parte con la sensación de que los precios han sido manipulados para que el descuento parezca mayor de lo que realmente es.
El pequeño comercio necesita que las fechas estén claras. Necesitamos que los consumidores sepan cuándo empiezan y cuándo terminan las rebajas. Nosotros no tenemos ni el músculo financiero ni el volumen de ventas que nos permita hacer grandes campañas publicitarias para informar. Para el pequeño comercio, las rebajas eran una oportunidad para liberar stock de forma ordenada y planificada, mantener márgenes mínimos y atraer nueva clientela.
Y mientras tanto, el cliente de siempre se pierde entre precios que suben y bajan sin lógica. El consumidor fiel, el que apuesta por el pequeño comercio, queda confundido y muchas veces frustrado en las redes o los grandes centros, al no poder distinguir ya cuándo de verdad hay una oportunidad de compra honesta.
Desde las asociaciones de comerciantes creemos que ha llegado el momento de abrir un debate serio. No se trata de frenar el progreso ni de ir contra el libre mercado, pero sí de reclamar normas claras. Sería deseable recuperar una regulación que marque dos temporadas oficiales de rebajas al año, como ocurría antes, y restringir el uso abusivo del término rebajas durante el resto del año.
Las rebajas eran una fiesta popular, un incentivo para la compra razonada, un pequeño reto personal. Hoy, con descuentos permanentes y prácticas cuestionables, esa emoción se ha evaporado.
Sabemos que muchas de estas decisiones trascienden el ámbito local y que, probablemente, sería necesaria una intervención a nivel nacional, o incluso europeo. Pero también creemos que, si no se alza la voz desde lo cercano, nunca se llegará a plantear ese debate.
Por el bien del pequeño comercio y por una experiencia de compra más sana, más humana y más justa, es hora de recuperar el espíritu de las rebajas.