Que una persona trabaje casi doce horas seguidas sin una pausa es algo que no aceptaríamos en ningún otro oficio, ni en un despacho, ni en una fábrica, ni en un restaurante. Sin embargo, esa ha sido durante demasiado tiempo la realidad de los conductores del TIB. El nuevo acuerdo que incorpora dos descansos de quince minutos diarios empieza a poner fin a esa aberración laboral. No es un regalo, ni un gesto de buena voluntad empresarial, sino el resultado de una negociación dura, inteligente y discreta.
La consellera de Trabajo, Función Pública y Diálogo Social, Cati Cabrer, ha sido clave en este proceso. Su trayectoria ya la había hecho destacar cuando aún trabajaba bajo el mando de Alejandro Sáenz de San Pedro, y la presidenta Marga Prohens no dudó en confiarle una conselleria propia. Cabrer ha estrenado cargo con firmeza y eficacia. Sin protagonismos innecesarios, pero con una mediación comprometida, ha logrado que conductores y patronal se sentaran a hablar y alcanzaran un acuerdo que parecía imposible hace unos meses.
El resultado es tan sencillo como contundente. Quienes sostienen el transporte público merecen derechos básicos y un salario justo. Muchas veces se dice que la administración se limita a actuar como árbitro, sin mojarse. No ha sido el caso. Aquí la conselleria se implicó de verdad, reconstruyó puentes y empujó el diálogo hasta que se consiguió un pacto sólido.
Cabrer y su equipo han entendido que el diálogo social no es un trámite burocrático, sino una herramienta que transforma vidas reales.
Este logro debe celebrarse sin grandilocuencias porque no es un favor ni una concesión gratuita. Es justicia laboral. La administración demuestra que las instituciones pueden estar al servicio de las personas y no al revés. Cabrer y su equipo han entendido que el diálogo social no es un trámite burocrático, sino una herramienta que transforma vidas reales.
El acuerdo concede a los conductores dos pausas de quince minutos cada jornada, sin alterar la frecuencia de los servicios. Puede parecer un detalle menor, pero para quienes acumulaban turnos de casi doce horas sin apenas moverse del asiento del autobús, es un respiro de dignidad. No hay trabajo que soporte ese nivel de exigencia sin descanso y menos aún cuando la seguridad de miles de pasajeros depende de la concentración del conductor.
Con este cambio, el colectivo ha conquistado un avance concreto y necesario. Mejora salarial, menor desgaste físico y mental, condiciones que respetan la humanidad de quienes conducen. No es un gesto simbólico, es una conquista laboral de calado. Porque sin trabajadores sanos y reconocidos, no hay servicio público sostenible.
Queda camino por recorrer y habrá que vigilar que estos descansos se cumplan sin trampas ni excusas. Pero en el contexto laboral balear, este acuerdo es un triunfo. Que nadie lo reduzca a un simple apunte en el convenio colectivo. Lo conseguido es fundamental y marca un antes y un después.





