¡Oído al parche! (por cierto, para quien no conozca el origen de esta castiza expresión, les informo que proviene del mundo bélico, es decir, de la cosa guerrera o militar. En tiempos remotos, los oficiales de un ejército, en plena batalla, ordenaban a sus soldados agazapados en las trincheras que agudizaran el oído para intentar captar el sonido de los tambores enemigos y así, anticipadamente, lograr pillarlos. El parche es la membrana -otrora de piel, ahora mismito de polipropileno- sobre la cual repican los palillos, produciéndose el clásico sonido del tambor).
Pues eso, ¡oído al parche! Una nueva tendencia se ha apoderado de nuestra realidad y se manifiesta globalizadamente y sin ningún tipo de miramiento. Se trata de hablar con otra persona manteniendo la boca oculta por la palma de la mano (la parte anversa de los nudillos).
Esta práctica -hasta ahora inédita en el mundo occidental- se utiliza para evitar que las personas que observan a estas personas que se comunican con un vecino próximo, o sea, los llamados espectadores, puedan enterarse del contenido semántico de dicha conversación al negárseles la posibilidad de leer sus labios. El hecho se produce entre humanos que pertenecen a algún colectivo que ejerce sus labores de forma pública.
Los casos más localizables hoy en día -aunque la moda se extenderá con la rapidez de un rayo- se dan en futbolistas o en políticos. Entre los primeros -jugadores y entrenadores del juego de la pelota- la cosa se visualiza cuando, antes de ejecutar una falta, los dos o tres futbolistas que compiten por lanzarla, conversan entre ellos para establecer quién y cómo van a protagonizarla; pura táctica. Durante este breve diálogo o triálogo, los "camisetas sudadas" se tapan la boca con el objetivo de que el equipo contrario no pueda adivinar la jugada pactada; evidentemente, tampoco se enteran los telespectadores. También suele suceder en las conversaciones entre el entrenador y los precalentados.
En el segundo grupo, el de los políticos, la situación se manifiesta básicamente en dos escenarios: en ruedas de prensa (cuando habla el líder con sus asesores o subordinados de turno, sentados a su vera) o bien en los escaños del Congreso o Parlamento, cuando sus señorías tienen a bien cuchichear algún chismorrreo que, presumiblemente, podría herir alguna susceptibilidad entre las bancadas de la oposición; así, tampoco lo puede entender el malvado telespectador.
Estamos delante de una realidad que permite observar dos lecturas: primeramente, existe una notable reducción de la tan cacareada libertad de expresión, ya que dicha libertad resta notablemente coartada cuando los protagonistas maquillan sus tiernos labios con la mano enfrente, como cuando se tose. En segundo lugar, cabe citar uno de los dichos más dichos (si me permiten tan deliciosa redundancia) que reza: "secretos en reunión son de mala educación".
Mal asunto: tenemos, nuevamente, ante nuestros atónitos órganos visuales, una nueva fórmula que impide a nuestros semejantes darse cuenta de las realidades que suceden a su alrededor.
Una mordaza más; y van...