Y punto

Hace unos días, el filólogo y responsable de la edición en catalán del periódico barcelonés La Vanguardia (La Vanguardia Española, durante la época del Caudillo), don Magí Camps, persona de gran talento lingüístico y amante de las letras, es decir, buena persona, publicaba unas reflexiones sobre la desaparición del signo ortográfico llamado punto en la escritura de hoy en día. Es a raíz de este texto que me permito dar mis opiniones personales.

El profesor Camps acierta en su diagnóstico: actualmente, casi nadie utiliza el punto en sus redacciones, con la lógica excepción, claro está, de los profesionales, sean éstos periodistas o bien escritores de libros. Así pues, debo aclarar que cuando escribo “casi nadie”, me estoy refiriendo a los millones de personas que ejercen su libertad de expresión a través de las llamadas redes sociales, en su gran mayoría pertenecientes a las edades juveniles. Ahí es donde se puede percibir, netamente, la ausencia total de puntos en sus mensajes; simplemente, los han dejado de usar. Sin más. ¡Si sólo fuera esto…!

Uno podría llegar a pensar que antes, hace años, el analfabetismo reinaba por doquier y que sólo unos cuantos, las llamadas élites, la famosa burguesía y cuatro más, conocían el arte de la escritura y sus normas principales. Pues bien, esta situación de penuria intelectual ha dado un giro copernicano para situarse en el extremo más radical; hoy en día, la práctica universalización cultural, la llegada de los estudios a todos los niveles de la sociedad, casi sin excepción, debería haber convertido a los miembros que habitan el país en personas con suficientes conocimientos para expresarse correctamente, tanto en lo hablado como en lo escrito. Y no; no ha sido así.

Escribir correctamente -al menos desde el punto de vista simplemente ortográfico- debería ser un signo de civilidad colectiva; una muestra del paso de un estado basado en la barbarie a otro de más altura intelectual; un avance, vamos. En cambio, ante la enorme ventaja, a priori, que representa una masiva intervención de la ciudadanía en las praderas de la civilización -cosa de la que deberíamos alegrarnos todos- la realidad nos ha trasladado a un nivel raso, un punto de indiscutible retroceso: actualmente, la gente escribe con las pelotas (y perdonen la gruesa expresión). Alguien puede suponer -para quitarle hierro al asunto- que se trata de no andar con chiquitas y abreviar al máximo. ¡Mentira podrida! Las causas reales de este paso atrás no son las prisas que conllevan la tan comentada modernidad o la positiva y negativa, a la vez, globalización. La cosa estriba en que el analfabetismo campa a sus anchas por las redes y a la gente le va al pairo disimular. Se ha eliminado un factor decisivo a la hora de enfrentarse a la sociedad: la vergüenza. Ahora mismo, a todo dios le importa un pepino el “qué dirán” los demás. No se ha creado un lenguaje nuevo: se ha destrozado el que, durante milenios, la humanidad había creado con esmero.

Sólo un genio como James Joyce se podía permitir el lujo de escribir todo el mónólogo interior de Molly Bloom, al final de un “novelón” como Ulysses, sin puntuar: ni puntos, ni comas, ni punto y coma, ni dos puntos… sin nada, vamos. A yo (para ponernos al mismo nivel), que juego tambien a los “wassaps”, me produce unos asfixiantes escalofríos observar como la podredumbre se ha ido apoderando de la escritura, mientras que la desvergüenza alcanza unos récords históricos.

Seré un carca, pero… ke kren k ls dga…

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