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La noche de los gigantes (1968) es una pequeña joya a reivindicar, una reivindicación que debería hacerse extensiva a su director, Robert Mulligan, y a su productor, Alan J. Pakula, que durante años conformaron un tándem de primer nivel que ya nos había ofrecido con anterioridad una obra maestra como
Empecé a leer a Eduardo Jordá hace ya bastantes años, en sus fascinantes columnas semanales en Diario de Mallorca. Como me había ocurrido antes con otros grandes escritores y como me ocurriría también en alguna ocasión después, fue un amor a primera vista, o a primera lectura, para ser quizás