La vida de un articulista no es nada sencilla. Los desagradecimientos, la idolatría y la incomprensión forman parte de su equipaje moral. Un articulista no alcanza nunca una cierta altura hasta que los vientos contrarios no soplan con desmedida fuerza. Las críticas lo excitan y los comentarios opuestos (y a veces algo insultantes, no nos engañemos) le ponen. En principio, el que escribe artículos debería exponer algo, cualquier cosa que se tercie- y dar su opinión. Un servidor, que si de algo peca es de ser catalán, lo de dar la opinión me molesta ligeramente; ya se sabe que los catalufos dar como dar, por sistema, no damos. Hacemos pero no damos; sólo faltaría. A los que nos dedicamos a escribir artículos lo que de verdad nos apasiona es, de alguna manera, provocar al público; o a quien sea, si no hay público. Vivimos de la provocación... y así nos va.
Recibí, a principios de invierno -de este invierno seco como la mojama- una irritada reacción por parte de un lector erudito que me acusaba de falta de objetividad. ¡Vaya por Dios!, pensé. Un artículo, me dije, no tiene por qué dar muestras de objetividad; no es más que un pedazo breve de prosa en la que el autor exprime su opinión en tono agudo y provocador. Una columna refleja siempre el punto de vista de quien escribe; jamás de quien lee. De hecho, se puede decir que la cosa de escribir ya es, por sí solo, un acto de intrínseca subjetividad. Si yo, para poner un ejemplo, escribiera objetivamente, ya no sería yo; no sé si me explico convenientemente.
Un buen articulista dispone de un par de hemisferios cerebrales, correctamente desarrollados, que se relacionan entre ellos por un curioso órgano ulceroso (corpus callosum), sólidamente formado; se trata de dos hemisferios equivalentes. Contrariamente al lector “estereotipado”, el columnista dispone de sus hemisferios de modo complementario: el izquierdo, destinado al lenguaje, la lógica, las cifras, el orden y el análisis; el derecho, dedicado a las emociones, las percepciones, las imágenes, las fantasías y los colores. Los dos hemisferios funcionan intensivamente, perfectamente coordinados y no necesitan de ningún “cuadernillo” para plasmar sus ideas ya que las inspiraciones más geniales aparecen en los momentos más insólitos e inesperados y para eso las servilletas de los bares ofrecen el soporte indispensable cuando es necesario. La imaginación constructiva se firma, a veces, sobre un “papelillo” (como los contratos de Messi…).
No es fácil convivir con un articulista: suele ser gente exagerada, de un dramatismo epidérmico y jugoso y con tendencia a pasarse de largo de la más estricta realidad; propensos a la depresión y a la más tierna psicopatía. Somos pobre gente, con enormes dosis de desespero y de frustración por no ser ni conocidos ni firmar libros por la festividad de San Jordi; ni, por supuesto, ganar “nobeles” suecos.
De momento –y mientras mi editor me lo permita y mis supuestos lectores me lo toleren– voy a seguir practicando con más o menos fortuna; a ver si, de una vez por todas, aprendo y un día, cuando sea mayor puedo llegar a emular al gran Julio Camba o, sin ir más lejos, a Gaziel, o al gran Josep Pla.
O, si me apuran, puedo emular -ni que sea de rodillas- al sensacional, extraordinario, excelente y colosal articulista Antoni Martorell que, con su artículo semanal en el célebre periódico mallorquín “Última Hora” me hace vibrar con su lectura amena, penetrante, genuina, inteligente y -por encima de todo- objetiva. Desde mi humilde punto de vista, Martorell es el único escritor objetivo que, en estos momentos, circula por el planeta.
No importa que el gran Martorell sea el editor de Mallorcadiaro.
¡Largos años de vida a nuestro ilustre editor!



