No son muchos los filósofos que llegan a ministros, pero en un gobierno tan numeroso como el nuestro nos permitimos tener dos: José Manuel Rodríguez Uribes, titular de la cartera de Cultura, y Salvador Illa, que se ocupa de Sanidad si no tiene actos electorales en Cataluña. De algo nos tenía que servir disponer del gabinete más poblado de Europa, un colectivo que si no posa en una escalinata necesita un gran angular para salir completo en la foto.
Más extraño aún es el caso de filósofos que llegan a generales. El más conocido nació hace 2500 años, pero sus enseñanzas han permanecido tan actuales que en el siglo XX pasaron de las escuelas militares a las de negocios. Sun Tzu nació en China, como el COVID, y dejó escrito El Arte de la Guerra, para muchos el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Las ideas de su tratado siguen vigentes porque analizan no tanto la guerra como la naturaleza humana, las raíces de los conflictos y sus posibles soluciones.
El relato de Moncloa se ajustó durante meses a una retórica militar. Sangre, sudor, lágrimas y tal y tal, en una traducción mal hecha y peor interpretada del mejor Churchill por parte de Sánchez. La pandemia era una guerra, el virus el enemigo y nosotros la resistencia. Pero las guerras dejan tantos muertos que pueden matar políticamente incluso a los vencedores. Como a Churchill, que perdió las elecciones después de derrotar a Hitler. Iván Redondo se enteró a tiempo y aconsejó a Sánchez retirarse del campo de batalla para que se batieran contra el virus los presidentes autonómicos.
Según Sun Tzu el arte de la guerra se basa en el engaño. Del enemigo, se entiende. Pero al presidente del Gobierno no se lo explicaron bien y se esfuerza en engañar a su propio ejército, que somos los ciudadanos. A pesar de esta interpretación errónea, nuestros gobernantes deberían insistir en las enseñanzas de Sun Tzu para afrontar la peor crisis sanitaria, económica y social desde la Segunda Guerra Mundial. De los cientos de máximas del general chino les copio tres para tratar de entender dónde estamos a estas alturas del combate, y cómo salir victoriosos.
1- “Incluso la mejor espada, si se deja sumergida en agua salada, finalmente se oxidará”. Las medidas de confinamiento, los cierres de negocios, las prohibiciones, las restricciones de movilidad, con el tiempo van perdiendo su efectividad por el agotamiento de la población y la dificultad creciente para hacerlas cumplir.
2- “La rapidez es la esencia de la guerra”. No hace falta ser epidemiólogo para entender que los efectos de una campaña de vacunación masiva y veloz son distintos a los de una inmunización que se dilata en el tiempo.
3- “Maniobrar con un ejército es ventajoso. Maniobrar con una multitud indisciplinada, es peligroso”. Las guerras no se ganan cantando en los balcones ni haciendo fotos con el móvil a quien se baja la mascarilla. Por desgracia, las guerras no son cosa de aficionados ni de voluntarios. Son un asunto de profesionales con una capacidad de organización superlativa.
El otro día escuché a un conocido periodista mofarse de la velocidad con la que Israel está vacunando a su población. “Una sociedad cuartelera”, masculló con desprecio. “Allí tocan el pito y se ponen todos en fila”, como si eso fuera gracioso en un país donde la inteligencia militar impide que caigan misiles enemigos cada día. En una sociedad tan guay como la nuestra jode reconocer que la disciplina, algo que la progresía contemporánea y tontorrona se empeña en calificar como un valor de derechas, es un atributo que no solo ayuda a educar el carácter, sino que en circunstancias excepcionales salva vidas.
Israel paga el doble que la Unión Europea por las vacunas de Pfizer. Por eso han recibido antes más viales que les han permitido vacunar en tiempo récord a un tercio de su población gracias a una logística y una organización simplemente portentosas. Los efectos en la reducción de contagios ya se están notando, y marcan el único camino posible para salir de esta pesadilla. Mientras tanto, aquí seguimos entretenidos con el horario para estar en casa, el número de mesas en una terraza o el silencio en los autobuses.
Millones de vacunas llegarán a España en los próximos tres meses, cuando se sumen las de Moderna y AstraZeneca. Nuestros gobernantes, tan aficionados a las encuestas, deberían sondear el porcentaje de población dispuesta a ponerse en fila si tocan el pito en un centro de salud público, en una clínica privada, en la mutua de su empresa, en un cuartel, en una catedral o en el parking de un estadio de fútbol. Los voluntarios dispuestos a perder unas horas haciendo colas seríamos suficientes no solo para darles la mayoría absoluta, sino para alcanzar la inmunidad de grupo. No les pedimos que sean brillantes. Basta que hagan como yo y copien a los más listos, sean chinos como Sun Tzu, o judíos.