¡Es la hostia!

No es éste un título escogido al azar. Se trata de un encabezamiento que se adapta como anillo al dedo al contenido del papel que tiene usted, virtualmente, delante de sus narices, en la pantalla de su ordenador, de su móvil o de su tableta.

¡Con la Iglesia hemos topado! Tampoco este tòpico literario anda lejos del tema que nos ocupa. Por cierto, la susodicha frase no es, exactamente, una cita propiamente escrita por Cervantes. Se cambia el original “dado” por “topado” (lo que aumenta considerablemente su sentido peyorativo) y, muy a menudo, se le añade “amigo Sancho” cuando el original dice únicamente “Sancho”, a secas. También el uso de la mayúscula o la minúscula en la palabra “iglesia” es motivo de controversia. Pero vamos a ir al grano, que ya empieza a ser hora.

El pasado 8 de julio del 2017 la Santa Sede (o sea, el Vaticano) publicó un documento que ha causado sensación. En él, se excluye a los celíacos (personas intolerantes al gluten: trigo, avena, cebada, centeno, etc.) de practicar el sagramento de la Eucaristía, vulgarmente, comunión. Debo reconocer que al enterarme de la noticia me quedé estupefacto. Pensé: ¡joder, qué originales! Una vez contrastada la noticia y descartada la broma tontorrona, esperé que algún otro organismo autorizado enmendara la plana a los mandamases del catolicismo apostólico y romano. Y sí, pasó; ¡agárrense! La CEE (Conferencia Episcopal Española -je,je, los de la COPE-) se reafirma en que “las hostias sin gluten son materia inválida (sic) para el ejercicio de la eucaristía”. ¡Toma ya! A posteriori, el director del secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia de la citada CEE (olé con la burocracia) intenta matizar afirmando que hay dos tipos de celíacos: unos, con total intolerancia al gluten y otros que la pueden tolerar en cantidades minúsculas. A los primeros les recomienda no comulgar con las hostias normales y, en cambio, beber el vino consagrado, suponiendo, claro, que la persona en cuestión tolere el alcohol o no sea un menor; aparte del asco que puede dar beber todos del mismo cáliz, por lo de la higiene. A los segundos, a los “menos celíacos” les propone que compren unas hostias fabricadas a partir de una harina de trigo que reduce una parte del gluten. La comunión ha dejado de ser gratis.

Un servidor, puestos a fastidiar al personal católico, daría más muestras de “pureza” espiritual y fabricaría hostias incluyendo en su elaboración sal, pimienta, azúcar, pacharán, lactosa y grasas salvajes. En este caso, quedaría más claro que el cuerpo de Cristo sólo aparece en los productos que contienen todo aquello que el propio Señor creó para el uso y disfrute de sus ciudadanos.

El que subscribe se considera a sí mismo medio creyente por tradición, por sospecha de la existencia de un Ser Supremo y porque me escama el mundo de la puta tecnología y me pirra pensar que el Universo lo rige un señor maduro con barba blanca y experiencia en estas cosas. Independientemente de todas estas consideraciones, soy un ferviente seguidor de cualquier clase de liturgia; me entusiasman los rituales, sus ritmos, sus símbolos, su imaginación y la fe que ponen en ello sus partidarios.

Ahora bien, lo que representa la Iglesia como poder humano, como organización supraestatal y como comedia pseudodivina, la verdad, me la trae muy floja y disculpen la burda expresión. Un día, no muy lejano, son capaces de sacar un documento que obligue a que las hostias sean cuadradas y, entonces, los fabricantes de formas redondas se irán a tomar por el saco.

Un dicho catalán afirma que qui no té feina el gat pentina, que vendría a ser que los vagos, jubilados o parados forzosos se dedican a jugar al solitario.

Las hostias para los que las comulgan.

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