La realidad de las familias de Baleares ha cambiado. Tanto en sus conformaciones como en sus dinámicas, las familias han experimentado modificaciones importantes que inciden en el panorama social y, por lo tanto, en el enfoque y las prioridades del poder en el ámbito de las políticas públicas.
De acuerdo con los datos del Consejo General del Poder Judicial, se han registrado la mayor cantidad de divorcios de toda la década. Se menciona que por cada unión se produce una separación. Por otra parte, los matrimonios han disminuido.
Las razones de estos cambios son variadas y complejas. Algunos especialistas señalan los cambios en la legislación que permiten que las parejas puedan en la actualidad disolver su compromiso matrimonial con mayor facilidad. También se señala el aumento de los problemas por tensiones financieras, la infidelidad y el manejo de las diferencias que surgen en la vida conyugal. La combinación de factores jurídicos, sociológicos, psicológicos, económicos y espirituales, entre otros, parecieran estar precipitando estos cambios en las conformaciones y dinámicas familiares
Más allá de las cifras y las descripciones cuantitativas, esta realidad que enfrentan las familias trae consigo problemáticas que afectan de manera particular a los miembros del hogar. Los hijos e hijas son, sin duda, los más lesionados en la mayoría de las disoluciones matrimoniales. Aun cuando muchos de los divorcios se producen por “mutuo acuerdo” –lográndose con ello aparentes arreglos satisfactorios en temas como la distribución de bienes, el régimen de visitas a los hijos y definición del monto de las pensiones– lo cierto es que las dinámicas familiares se ven alteradas dramáticamente, aunque no se acuda a los escenarios judiciales. La afectación emocional y económica es una realidad para los miembros de la familia, principalmente para los hijos.
Sin embargo, uno de los mayores problemas derivados del divorcio se encuentra en los daños emocionales que sufren los hijos, quienes deben crecer en ocasiones alejados del progenitor que se ausenta del hogar, y con quien no siempre logarán mantener una relación satisfactoria. Los divorcios también han contribuido al establecimiento de familias “mixtas” o “reconstituidas”, es decir hogares que se conforman a partir de parejas que provienen de anteriores uniones y que se incorporan a los nuevos vínculos con hijos de uno de los dos o de ambos.
Las familias que se fundamentan en matrimonios estables “proporcionan más felicidad a sus miembros, generan menos costes para el Estado y contribuyen a una sociedad menos problemática”. La estabilidad de este tipo de convivencias domésticas trae beneficios integrales a los miembros de la familia, a corto, mediano y largo plazo, y esta característica es la que proporciona sostenibilidad.
Obviamente, no significa la ausencia de problemas y dificultades; pero representa la conformación más saludable y que mejor asegura el bienestar a sus miembros y un mayor impacto en la sociedad.
Por esta razón, el Estado debería promover “familias sostenibles”, sin dejar de apoyar, por supuesto, aquellas familias que enfrentan mayores dificultades derivadas de las disoluciones.
Cuando los divorcios ocurren – y se incrementan, como lo muestran las cifras recientes - se hace necesaria mayor voluntad, esfuerzo y apoyo para que los miembros de esos hogares puedan salir adelante. Las familias afianzadas en matrimonios sólidos, con dinámicas saludables, proporcionan mayores beneficios para sus miembros y la sociedad.