Fe y amor

Qué cosas tiene la vida. Al final la frase “torres más altas han caído” acaba siendo la mejor manera de definir la situación que vivimos. Maria Antònia Munar pasa frío en la cárcel, como cualquiera de las presas que conviven a la fuerza con ella, no por ella lo de la fuerza, si no porque las paredes son tan altas como la luna, imposibles de saltar. Jaume Matas esquiva ese palacio de rejas, aunque lo ve acercarse, y se entretiene mientras tanto pidiendo un indulto, seguro de que los suyos son precisamente los menos suyos de todos los posibles. Ahora la Audiencia suspende su ingreso en prisión, pero esa suspensión pende sobre la nuca con aliento caliente, avisando en voz baja de lo que se acerca, lento pero seguro. Y la Infanta ha intentado evitar en lo posible un paseíllo incómodo que la deje para siempre marcada con la “s” de sospechosa. O la “c” de culpable. O la “i” de ingenua. O la “b” de barruda. En la vida, ser inteligente y ser listo no es lo mismo, y si me dan a elegir me quedo siempre con lo segundo. És més viu que una centella, dicen en mi pueblo con admiración cuando alguien destaca por su perspicacia y triplica en suerte e ingresos a los más inteligentes del lugar. La Infanta debe ser inteligente, digo yo, porque para tener una carrera y un trabajo tan remunerado muy borderline no debe ser. Pero lista, lista, no parece. ¿Qué le pasa? Intento una y otra vez meterme en su mente de mujer de hoy, como la revista, y no consigo comprender su manera de actuar. O es una niña mimada, acostumbrada a tenerlo todo gratis y no preguntarse de dónde sale el dinero que la mantiene, o de lo contrario, ya saben.

Afortunadamente, ahora al fin lo he entendido: uno de sus abogados ha dicho que está «absolutamente convencido de la  inocencia de la Infanta, y esa inocencia pasa obviamente por su fe en  el matrimonio y el amor por su marido». Claro, era eso. Amor y fe. Al final llegamos siempre a la misma conclusión. La fe ha hecho mucho daño a lo largo de la historia, porque por fe ciega o con la excusa de la fe, se han cometido los errores más graves de la vida y los crímenes más deleznables.

Pero ahora lo que no se es si me compadezco de ella,- por la letra “t” de tonta-, o si la detesto, por la “e” de enamorada. Porque ni aun viviendo cien vidas podría consentir, en caso de que sea cierto este culebrón mariventil, que un hombre,- aunque se apode “el trípode” en algunos foros a causa de su secreto viril -, me engañe con el dinero, se cargue el negocio de mi familia, me saque los colores con sus correos de bobo consentido y encima tenga de él cuatro hijos que me atan de por vida a su insigne figura. Y lo peor, es que encima me va a arrastrar hasta no sé cuantos infiernos, aunque de momento sólo a pisar el mismo paseo hacia los juzgados que él pisó, precisamente en la tierra de mi infancia, de mis veranos, de mis mejores recuerdos, donde todo el mundo me quería años atrás.

Así que debe ser amor, porque si no, no lo entiendo. Aunque igual la “e” que yo siento es de envidia, porque reconozco que nunca he sentido un amor así, capaz de cegarme ante tanta fatalidad. Al menos, está a punto de acabar la primera parte y eso me parece una buena noticia. Al final la “i” de imputada puede ser liberadora, y quizá deje vislumbrar que la luz está más cerca. Aunque aún no sepamos de qué luz se trata. Feliz domingo.

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