Escribía la semana pasada sobre la agresividad verbal de algunos aficionados al fútbol y el mal ejemplo que supone, así como el peligro de confundir la competencia deportiva con un combate bélico y la espiral de violencia que genera. Nunca pude imaginar que justo unos días después se fueran a producir los lamentables acontecimientos de este pasado domingo, que acabaron con la muerte de un aficionado del Deportivo de La Coruña en Madrid.
Resulta inconcebible como se pudo considerar un partido entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña como de bajo riesgo. Cualquiera con un mínimo conocimiento del fútbol español sabe que dos de los grupos más violentos y peligrosos son el frente atlético y los riazor blues. Se supone que una de las funciones de las delegaciones y subdelegaciones del gobierno es la de conocer a estos grupos y para ello disponen de los servicios de información de la Policía Nacional y la Guardia Civil, así que no se entiende que no se tuvieran en cuenta los antecedentes acumulados por ambos bandos, que ya incluían víctimas mortales anteriores.
También resulta sorprendente que las autoridades gubernativas y policiales no tuvieran noticia de la “cita” que ambos grupos habían concertado , al parecer por “WhatsApp”, para “encontrarse” en las inmediaciones del estadio del Manzanares unas horas antes del partido. Igual es que los mejores esfuerzos de los servicios de información policiales están concentrados en Catalunya, intentando encontrar cualquier cosa, por nimia o insignificante que sea, que pueda servir para intentar desprestigiar a los políticos y ciudadanos catalanes soberanistas.
Pero lo que resulta repugnante es la reacción y las declaraciones de los directivos del Atlético de Madrid, el presidente Cerezo y el gerente Gil Marín. Les guste o no, ellos son responsables directos, no de la muerte, por supuesto, pero sí de la persistencia de este grupo de aficionados violentos. Si les hubieran prohibido el acceso al estadio hace años, estarían desmantelados hace tiempo. Otros clubs lo han hecho con notable éxito. Lo mismo puede decirse de los directivos del Deportivo y de todos aquellos clubs que siguen consintiendo la presencia en sus estadios de sus grupos equivalentes.
Vergonzosa también la actuación, la no actuación más bien, de la Federación y de la Liga de Fútbol Profesional. Ya va siendo hora de que se pongan manos a la obra y empiecen a aplicar sanciones ejemplares, y ejemplarizantes, a los clubs que sigan consintiendo símbolos, banderas y comportamientos clara y abiertamente fascistas y violentos en sus estadios.
Todas estas bandas se caracterizan por una estética, una simbología y una actitud claramente fascistoides, cuando no directamente fascistas. Su comportamiento es agresivo, amedrentador y violento. Las directivas de los clubes los han prohijado e incluso financiado, utilizándolos para intimidar, no solo a las aficiones de los equipos contrarios, sino también a la oposición interna. Al final, como suele pasar, el monstruo se vuelve contra su creador y escapa a su control, creando más problemas que beneficios.
La perdurabilidad de este tipo de grupos violentos y la disposición benevolente, cuando no cómplice y protectora, de muchos directivos, es un ejemplo más de la persistencia en nuestra sociedad de un sustrato fascista que pervive a pesar de la desaparición del régimen franquista y la instauración de la democracia. Quizás la tan alabada “ transición democrática” no ha sido tan ejemplar como se nos ha venido vendiendo desde las instancias oficiales.
Ha llegado el momento de una actuación firme, decidida y coordinada por parte de las autoridades, los cuerpos policiales, la Federación, la LFP y los clubs. Hay que acabar con esta lacra y evitar que nunca más se repita una desgracia como la de este domingo.