Empeñarse en conseguir un pacto con alguien que, desde hace tiempo, ha decidido que no hay nada que pactar, es como empeñarse en seguir firmando con tu Montblanc los escritos que envías al Juzgado, cuando sabes a ciencia cierta que te los van a devolver porque lo que quieren ahora es tu firma digital, una firma carente de cualquier tipo de personalidad, fría como el acero, e insípida como casi todos los platos que cocino.
Es cierto que hubo algún momento en la historia, en el tiempo, que ese pacto fue posible, que el agradable calor de las manos estrechándose tras horas de negociación, se convertía en la quimera inmortalizada en los medios de comunicación. Pero igual que lo que ocurre con las historias de amor y desamor, hubo un antes y un después, de tal forma que todo lo que espontáneamente sucedió con la magia propia de un sueño, desapareció después entre las tinieblas de lo cotidiano.
Y de la misma forma que el amante que ya no ama hace lo posible para que la ruptura sea definitiva, utilizando la desidia y el descuido en su relación para que el otro se canse y acabe claudicando, del mismo modo en política, la desidia de unos disfrazada de exigencia puede acabar haciendo creer a todos que los que no pactan son los demás, cuando en realidad la historia es muy distinta.
A pesar de todo, por fortuna, las legislaturas son cortas, y los flirteos comenzaran de nuevo apenas asome el año nuevo e inmediato anterior, a las nuevas elecciones. Será entonces cuando como antaño, como siempre, el galanteo se presentara con sus mejores galas, como si esa magia perentoria nunca se fuese a terminar esta vez. Y, aún sabiendo ambos, conquistador y conquistado, que sólo se trata de un juego temporal, sucumbirán al placer de dejarse convencer.
La historia es circular y en gran medida, todos somos actores en un teatro que no hace sino repetir una y otra vez la misma obra. Conocemos de memoria como será el principio, la acción y el desenlace, pero participamos, como buenos intérpretes, deseando que algún día seamos capaces de bajar al patio de butacas y salir corriendo a cualquier lugar donde el desenlace sea distinto. Aunque, en realidad, nos bastaría si cambiaran al guionista de vez en cuando.