Hacía mucho tiempo que un desfile no me atrapaba así, incluso a través de una pantalla. Estaba en casa, con mi té de melocotón y la prensa digital abierta como cada mañana, cuando de pronto empezaron a aparecer en mis redes las primeras imágenes del Métiers d’Art 2025/26 de Chanel. Bastó un vistazo para sentir que la noche neoyorquina tenía algo distinto, algo eléctrico.
La estación abandonada de Bowery, en el Lower East Side, se transformó en el escenario donde Matthieu Blazy firmó su primer Métiers d’Art para la maison. Aunque yo lo veía desde la distancia, había una energía peculiar en esa mezcla entre ciudad subterránea y artesanía exquisita, un equilibrio que solo Chanel consigue sin hacer ruido, pero dejando huella.
Y entonces ocurrió: un tren real entró en la estación. Mi feed lo repetía una y otra vez, como un mantra hipnótico. De los vagones comenzaron a bajar las modelos, moviéndose por el andén como viajeras anónimas que, de repente, se convertían en protagonistas. No podía oler el ambiente del metro, pero sí sentir la teatralidad medida al milímetro.
Las prendas, incluso vistas a través del móvil, tenían esa magia que define a los Métiers d’Art: tweed impecable, chaquetas con estructura perfecta, vestidos que respiraban vida urbana… y esos detalles que obligan a hacer zoom. Vaqueros que en realidad eran seda. Camisetas souvenir —incluida la icónica “I ♥ NY”— transformadas en lujo irónico. Bolsos que parecían casi comestibles. Chanel viajando en metro sin perder una gota de artesanía.
El primer look me hizo sonreír: un jersey con cremallera, jeans y una chaqueta doblada sobre el bolso, ese gesto tan típico de cualquier commuter. El lujo observando la cotidianidad y devolviéndola transformada.
Mientras seguía scrolleando, lo entendí. Chanel no solo presentaba una colección; estaba marcando un nuevo rumbo. Más cercano, más emocional, más dispuesto a bajar del pedestal sin renunciar a la elegancia. Convertir una estación abandonada en un templo de costura tiene un poder simbólico enorme; verlo en tiempo real, incluso desde casa, también.
Cuando apagué el móvil y terminé el último sorbo de té, tuve una certeza: este Métiers d’Art no fue solo un desfile. Fue un inicio. Un capítulo fundacional. Y aunque yo no estuviera en el andén, desde mi pantalla pude sentir cómo se escribía algo que ya se percibe como histórico. Porque la moda, en el fondo, va de eso: de conmover, de crear vínculos. Y este desfile nos recordó que Chanel no es solo Chanel. Es historia.
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